La Dra. Alicia Figueroa-Barra, experta en lingüística, lidera proyecto Fondecyt para analizar las interacciones comunicativas de pacientes y delinear qué características presentan antes de que se manifieste una enfermedad psiquiátrica.
Independientemente del idioma que una persona hable, de su género o de su entorno cultural, el lenguaje está tan enlazado con su sistema cognitivo que cuando este último sufre alguna alteración, el otro también se afecta y muestra evidencias de aquel cambio. Estudiar, entonces, el proceso de una enfermedad mental desde este tipo de manifestaciones preclínicas puede aportar herramientas para un diagnóstico precoz y un trabajo preventivo.
Desde hace más de diez años, la lingüista Alicia Figueroa-Barra, directora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Sur de la Universidad de Chile e investigadora adjunta de Imhay, está dedicada a esta área. De hecho, obtuvo su Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, España, con la tesis ‘Análisis pragmalingüístico de los marcadores de coherencia en el discurso de sujetos con esquizofrenia crónica y de primer episodio’.
“Por ahí va mi interés en esta intersección cognitiva”, explica la Dra. Figueroa. “Primero, en cómo pensamos o cómo procesamos el lenguaje a nivel mental y luego, un paso más allá, qué ocurre con esa forma de pensar el lenguaje cuando una enfermedad mental grave como la esquizofrenia irrumpe en el cerebro, en la mente y en la conducta humana”.
En su aproximación a la salud mental desde la lingüística aplicada, la científica ha participado en equipos interdisciplinarios como el Laboratorio de Psiquiatría Traslacional – PSIQUISLAB de la Universidad de Chile; y el grupo de estudio LEPSI-UChile (Lenguaje, Psicosis e Intersubjetividad), donde es coordinadora.
Su proyecto Fondecyt de Iniciación entre 2019 y 2022 abordó el ‘Análisis de marcadores lingüísticos de Esquizofrenia en población con Estados Mentales de Alto Riesgo de Psicosis’; y este año obtuvo nuevamente financiamiento Fondecyt para investigar “Signos precoces del trastorno formal del pensamiento: Mapeando la funcionalidad de las interacciones comunicativas en Estados Mentales de Alto Riesgo Clínico (EMAR)”. El objetivo es evaluar la presencia de síntomas en el Trastorno Formal del Pensamiento y en cualidades de alineamiento interaccional, con miras a poder predecir psicosis en etapas tempranas.
“Como ya sabemos lo que ocurre con las personas que tienen este padecimiento diagnosticado, ahora lo que nos interesa es ir a mirar cuáles de esas características ya empiezan a delinearse cuando todavía no se enferman”, puntualiza la investigadora.
Posibles señales precoces
Una de las características de los pacientes que a esta investigadora le interesa estudiar es cómo desarrollan su lenguaje en un marco ecológico natural y de interacción con los demás.
“Generalmente, los sujetos que son muy jóvenes y que todavía no enferman, pero están cerca, son menos fluidos que las personas que ya tienen diagnóstico y que, a veces, se expresan muy rápido, sin siquiera respetar el turno de quien habla. Esto, porque en muchos casos, cuando la enfermedad avanza, hay una desinhibición y se pierde la capacidad para evaluar si el otro me importa o no. Eso es muy claro en este tipo de pacientes”, comenta.
Otras señales llamativas del lenguaje son la falta de coherencias referenciales o las pausas repentinas, sin esa cadencia descendente que es propia y natural de cuando alguien termina una frase o se detiene para respirar.
“Las que nosotros hemos descubierto se llaman pausas aberrantes y duran más de dos segundos. Pareciera que es muy poquito tiempo, pero si están instaladas en un lugar donde debería haber fonación, son una eternidad. Es decir, son claves muy sutiles y son anomalías que empiezan a ocurrir dentro del primer año de las manifestaciones psicóticas iniciales. Entonces, es un ámbito de harto interés, y yo creo que en la medida en que los profesionales clínicos también se entrenen en reconocer elementos del lenguaje, esto va a ser mucho más fluido también”, advierte la investigadora adjunta de Imhay.
Aplicaciones concretas
En este tipo de análisis del lenguaje, las herramientas de Inteligencia Artificial están siendo un gran aporte debido a su capacidad de recoger información, transcribir conversaciones grabadas y descubrir patrones.
“Si a eso tú le sumas algún tipo de medición prosódica, de la velocidad y una serie de cosas, ya tendrías una métrica casi en tiempo real, por ejemplo, en un paciente joven de quien tú tienes alguna sospecha que esté con algún problema de esta clase. Entonces, pensando en las aplicaciones basadas en la evidencia, se podría crear una APP de celular para que el tratante grabe y pueda realizar mediciones respecto al lenguaje empleado por el paciente. Claramente esto hay que contrastarlo con la labor clínica y ahí viene todo el trabajo que hacen los psiquiatras. Pero, sin duda, esto ayudaría mucho a acortar los tiempos de espera, de consulta y a precisar los diagnósticos”, comenta la investigadora.
Con los años, la evidencia científica ha desmentido que los hijos únicos sean egoístas, consentidos y dependientes como rasgo propio. Según expertos y estudios internacionales, la relación con los padres y el contexto familiar pueden incidir en sus personalidades al mismo tiempo que enfrentan las expectativas o la necesidad de compartir más con sus pares. Sobre este tema fueron consultados por la Revista Ya diversos expertos, entre ellos, el investigador doctoral del Núcleo Milenio Imhay, Dr. Juan Pablo del Río.
Hace cinco años, cuando Joaquín Garcés (17) estaba en séptimo básico y llegaba al departamento donde vivías en Las Condes, le preguntaba: ¿podría tener un hermano como la mayoría de mis compañeros de curso? Su madre, Karen Heisele – una ingeniera comercial de 39 años- nunca tuvo interés en un segundo hijo. A medida que Joaquín crecía, el vínculo entre ellos se hizo más estrecho y establecieron una rutina con la que ambos estaban cómodos. Mientras Heisele trabajaba, su hijo calentaba la comida que ella dejaba para él, jugaba con una Playstation que hoy a reemplazado con el uso del teléfono, y compartía con los amigos que para Joaquín eran lo más cercano a hermanos que tendría.
Ahora que ha crecido, la rutina del estudiante de cuarto medio ha sumado actividades deportivas, practica voleibol en el colegio y cada cierto tiempo se reúne con los amigos a jugar fútbol o comparte con sus compañeros de curso en las juntas que organizan.
-Cuando veía a mis amigos que tenían hermanitos, yo no tenía a nadie; pero con el tiempo se me pasó el deseo de tenerlos- dice Joaquín Garcés.
Las familias con hijos únicos es un fenómeno que cada vez es más común en Chile. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) consignadas en el anuario de estadísticas vitales en marzo de este año, la tasa global de fecundidad que muestra el promedio de hijos de una mujer es de 1,17, una disminución frente al 1,3 registrado en 2023. Este paso de familias numerosas a unas más reducidas, dice Montserrat Sepúlveda, Piscopedagoga de UC Christus, ha sido el marco donde se gesta un mito con una connotación negativa para los hijos únicos.
-Viene de una época donde las familias eran grandes, y se pensaba que al tener un solo hijo, éste iba a ser egoísta, antojadizo; un niño complicado al que le iba a costar relacionarse. Pero en la realidad esto tiene que ver con el tipo de educación que los padres decidan entregar. Los niños construyen su personalidad o afrontan sus emociones con base en lo que ellos observan en su familia.
Aunque los estudios en torno a los hijos únicos son varios, según un análisis publicado por la periodista científica Amanda Ruggeri en la revista británica New Scientist en agosto de este año, las diferencias entre hijos únicos e hijos con hermanos son mínimas. Sin embargo, hay investigaciones que -en muestras más acotadas de estudio- han determinado que quienes crecen sin hermanos pueden ser más independientes, creativos, con una mayor estabilidad emocional causada por vínculos más estrechos con sus padres. Aunque esto, para la psicóloga infanto-juvenil de la Clínica Santa María, Jennifer Conejero, dependerá de la pauta de crianza y el y el entorno con las características familiares propias.
La psicopedagoga Sepúlveda lo sintetiza:
-Ellos siempre serán el resultado de lo que uno decide formar.
El estereotipo
La idea de que los hijos únicos son narcisistas, egoístas, dependientes y egocéntricos fue planteada en 1896 por el psicólogo estadounidense Stanley Hall, basado en sus observaciones clínicas de pacientes que, en su mayoría habían crecido sin hermanos. Así lo plantea un estudio publicado en la revista de la American Psychological Association en septiembre de este año que desmiente el estereotipo y sostiene que estos casos podrían ser más bien signos de padres vigilantes y no una característica propia de los hijos únicos.
Asimismo, un estudio realizado por académicos de la Universidad of South Alabama, publicado en la revista Personality and Individual Differences, concluyó que no hay diferencias significativas entre hijos únicos y quienes tienen hermanos, especialmente en rasgos como el narcisismo o la arrogancia.
La terapeuta de salud mental Mariana lee (37) dice que cuando las personas saben que es hija única se sorprenden. Explica que muchos aún mantienen una idea preconcebida sobre estos, viéndolos como personas centradas en sí mismas, pero asegura que ese no es su caso. De hecho, dice ella, le habría gustado tener más hermanos. La primera vez que lo pensó tenía entre seis y siete años, jugaba a cocinar con papeles, construyendo ollas y cucharas cuando recuerda haber sentido que le habría gustado tener a alguien con quien interactuar en ese momento que no fuese un adulto.
Años más tarde cuando se plantea cómo hubiese sido haber tenido hermanos, piensan la experiencia de quienes la rodean sobre todo en su propia familia, y dice:
-Al ver la relación de mis hijos como hermanos, creo que es hermosa la complicidad y apoyo que se puede dar entre ellos, no todos los casos son iguales, evidentemente, pero me hubiese gustado vivir esa experiencia.
El caso de Mariana Lee representa una de las principales conclusiones del estudio publicado en 2019 por investigadores de la Universidad de Auckland (Nueva Zelandia) en el Journal of Personality Research, donde se establecía que la personalidad no está determinada por la presencia o ausencia de hermanos. Y pese a que los hijos únicos no son egocéntricos ni consentidos por defecto, aún persisten los esterotipos negativos.
Este fenómeno es explicado por Stefanella Costa, psicóloga e integrante del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap)
-En el sentido común y en las creencias populares, todos creemos que influye el ser hijo único, y es un modelo explicativo al que recurrimos rápidamente para entender la conducta. Pero son explicaciones que se basan en sesgos de confirmación y atencionales – explica la investigadora. Esto se manifiesta cuando se cae en la generación al enfocarse en el parecido de los hijos únicos, mostrando un sesgo cognitivo. Una característica que, para la profesional, todos los seres humanos tienen y que se aplica en distintas circunstancias cuando se necesita entender el origen de la conducta o la personalidad de una persona. Pero ser hijo único, por si solo, no basta para explicar estos fenómenos.
Los desafíos
A sus 36 años, Carmen Yáñez fue hija única en un momento en que no era común. Dice que tanto en el colegio como en sus posteriores trabajos acostumbraba a responder la pregunta sobre si quería hermanos, pero nunca sintió la necesidad de tener esa compañía. Yáñez, quien se desempeña como cuidadora de residencia para personas en situación de discapacidad, confiesa que siempre le gustó ser hija única por la atención que recibía de sus padres y abuelos, con quienes vivió durante su infancia. Sin embargo, cuenta que debido a esa misma atención, su madre siempre quiso que ella destacará en presentaciones, bailes, entre sus compañeros. Pero lo que Carmen Yáñez más recuerda es la sobreprotección.
-Ella siempre estuvo encima de mí, tratando de solucionar todos los problemas que se me presentaban. En el colegio, si había actividades que me complicaban o no entendí, ella hablaba por mí con los profesores. Tampoco salía sola, ni siquiera comprar cerca de la casa, porque a mi mamá y a mis abuelos les daban miedo que me fuera a pasar algo -relata ella. Este actuar se mantuvo hasta la enseñanza media, cuando de improviso su mamá le dio el espacio que necesitaba para enfrentar sus problemas y miedos. Sin embargo, para Yáñez la sobreprotección la volvió más tímida y un poco retraída, lo que dificultaba que pudiera socializar con sus pares.
Según el estudio publicado en el American Psychological Association, los hijos únicos no presentan diferencias significativas con quienes crecieron con los hermanos. Aunque sí reconoce la existencia de desafíos que son más propensos a enfrentar: la sobreprotección, las expectativas familiares, los espacios, socialización, entre otros.
Para el psiquiatra Juan Pablo del Río, académico del Departamento del Psiquiatría y Salud Norte de la Universidad de Chile e investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes Imhay, allí se presenta uno de los principales retos.
-Hay ciertos desafíos a los que los hijos únicos van a estar enfrentados al momento de su desarrollo. Y hay que buscar instancias de socialización que ayuden a un correcto desarrollo socioemocional.
El psiquiatra del Río menciona que la importancia de la participación en talleres de habilidades, pero que sean grupales, desde música hasta deportivos, para que se produzca el “roce social”. Así lo hizo Karen Heisele con su hijo Joaquín, el adolescente de 17 años. Desde que tenía un año y medio, primero ingresó al jardín infantil y más tarde sumó actividades como la práctica del vóleibol, permitiéndole tener más facilidades a la hora de vincularse con sus pares.
Asimismo, tomando en cuenta el avance de la tecnología, el psiquiatra del Río plantea una oportunidad para enfrentar el desafío de la socialización, aunque con cautela.
-Las nuevas tecnologías permiten que estos chicos, que a veces están más aislados en sus casas, interactúen con grupos grandes de personas, generen comunidades o redes que pueden ser un apoyo para ellos. Pero se debe tener en mente que en ningún caso esa comunidad reemplaza el dinamismo que es propio del mirarse cara a cara.
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Investigadora del Núcleo Milenio Imhay, experta en control de gestión, aporta su experiencia al resto del equipo para evaluar proyectos de intervención en salud mental, analizando su gestión y costo-efectividad.
Cuando la directora de Imhay, Dra. Vania Martínez, leyó en 2021 un artículo sobre equidad de la salud realizado por Alicia Núñez, académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, decidió invitarla a integrar el equipo de nuestro Núcleo Milenio. Era importante contar con la experiencia de esta ingeniera en sistemas de información y control de gestión.
El trabajo que llamó la atención del equipo Imhay se basaba en un par de encuestas que realizó la Dra. Núñez a un grupo de usuarios para explorar sus percepciones sobre las barreras de acceso a la salud y qué programas priorizarían para solucionar estos obstáculos. Todo ello basado “en una participación comunitaria, donde los mismos pacientes indicaron en qué se debería invertir para mejorar las barreras de salud detectadas por la población”, explica la investigadora.
Esas encuestas y sus análisis permitieron que la investigadora planteara recomendaciones en términos de inversión en infraestructura, pero sobre todo en comunicación y difusión. “El nivel de desinformación que la gente declaraba era muy grande con respecto a los programas de atención de salud que se daban a nivel de gobierno”, recuerda la Dra. Núñez.
“Una de las barreras más mencionadas por los consultados fue el ‘no le entiendo al doctor’. Entonces, el rol de la contraparte de comunicar bien hacia los pacientes es vital. También tenemos que evitar un aspecto cultural: el estigma y la discriminación. Hay que empezar a ver de qué manera se van a trabajar estos temas porque los cambios culturales son difíciles y lentos”.
Ya en su época de estudiante de pregrado los temas de salud atrajeron a esta académica del Departamento de Control de Gestión y Sistemas de Información de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Tanto así que hizo un Magíster en Finanzas con una tesis centrada en un sistema de costeo específico para el área cardiovascular del Hospital Clínico de la U. de Chile. Luego se fue a Estados Unidos, donde cursó el Doctorado en Salud Pública en la Universidad Estatal de Oregón, y desde entonces ha enfocado su trabajo en esta área.
Sus principales investigaciones han sido el Proyecto Fondecyt «Un Modelo para Medir el Acceso a la Atención de Salud»; el Fondef «ABC de la Salud: una herramienta para mejorar la gestión y la evaluación del desempeño en los hospitales públicos»; y el Fondef «Modelos y Herramientas para el Control de Gestión en la Atención de Salud».
“Dentro de gestión existen sistemas que son complejos y para nosotros uno de los más difíciles es el área de la salud, porque hay muchos factores que se deben coordinar: el tamaño, las especialidades y las patologías que pueden necesitar atención”, explica la académica e investigadora principal de Imhay.
A eso se suman los problemas propios de la red pública de atención que, a su juicio, no trabaja al ciento por ciento, no está bien integrada en términos de gestión y, en muchas ocasiones, les falta capacitación en temas administrativos.
“A esta altura, al llegar a un hospital, se esperaría ver que no estén trabajando todavía con documentos en papel que se los pasan de mano en mano, o que no existan codificaciones, o incluso la forma en que tratan sus insumos”, explica la académica. “Contar con sistemas de control de gestión por ejemplo, con indicadores, realizar mediciones en base a metas, no es algo tan usual. Entonces, todo eso provoca que los sistemas no funcionen de la mejor forma. La manera en que funciona nuestro sistema de salud hoy en día, donde tenemos dos esquemas de financiamiento – Fonasa e Isapres- nos ha generado brechas enormes que va a costar subsanar. Si bien estamos hablando de un tránsito a salud universal, cuesta llegar a ello”.
Gestión y salud mental
Apenas se integró al equipo del Núcleo Mileno Imhay, la Dra. Núñez decidió realizar un primer análisis para comprender qué áreas de la investigación en salud mental se privilegiaban en Chile y cuáles no. Fue así que un grupo de investigadores/as de nuestro centro de investigación junto con el experto indio y profesor emérito de la Universidad de Illinois, Dr. Arkalgud Ramaprasad, “mapeamos la literatura existente y vimos que había limitado foco en investigar respecto a prevención, tratamiento y rehabilitación en salud mental; que existían condiciones mentales que eran ampliamente investigadas, sin embargo, había escasa investigación en temas como trastorno afectivo bipolar, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos disociativos y estigma, entre otros. Y que la mayoría de los estudios se enfocaban en la población urbana y pocos estudios en población minoritaria o vulnerable”.
En virtud al nexo profesional con el Dr. Ramaprasad, Alicia Núñez y los investigadores de Imhay Dra. Vania Martínez y Marcelo Crockett, fueron invitados a colaborar con un policy brief para el grupo de trabajo que India estableció para discutir las Metas de Desarrollo 2030 de la OMS.
“Hicimos recomendaciones de cómo se debería trabajar la salud digital, sobre todo en salud mental. Por ejemplo, si uno va a hacer salud digital, no puede pensar en que la persona solamente va a tener atención digital, sino que también debe haber acciones presenciales complementarias y considerar las barreras que van a existir con la salud digital. Uno tiene que asegurar una buena calidad en conexión, que no exista una fatiga de los profesionales de la salud; o asegurar la seguridad de los datos que se van a manejar”.
Dado que el análisis de costo-efectividad en salud es uno de los puntos fuertes del trabajo de la Dra. Núñez, hay un gran interés en los demás investigadores de Imhay por contar con su apoyo para que sus proyectos de intervención puedan escalar y diseminarse.
“Todos los estudios que nosotros hacemos sobre barreras o costo-efectividad, son un aporte clave para poder indicar, en base a la evidencia, en qué se puede invertir o no en términos de políticas públicas y saber si dicha inversión será efectiva. Se trata de un tema relevante, porque sabemos que los recursos son escasos y hay que asignarlos de la mejor manera posible”, concluye la investigadora.
Hoy en día, el celular es mucho más que un simple dispositivo; se ha convertido en una extensión de nosotros mismos. Según un informe de DataReportal, en 2024, 5680 millones de personas utilizan un celular en todo el mundo, lo que representa el 70 % de la población global. En este episodio, el programa «Cómo te afecta» de Deutsche Welle en español, exploraron cómo el uso excesivo de smartphones impacta nuestra salud física y mental, y para ello fue entrevistado el investigador principal de Imhay, Dr. Jorge Gaete.
Pasamos horas en nuestros smartphones: desde que despertamos hasta que nos vamos a dormir. Según un estudio de la plataforma Nomophobia, que encuestó a más de 3000 personas en América Latina, un 77 % de los encuestados aseguró que lo primero que hace al despertarse es mirar su teléfono. Un 84 % revisa su celular antes de irse a dormir.
De acuerdo al Dr. Jorge Gaete, psiquiatra, académico de la Universidad de los Andes e investigador principal de Imhay, el uso excesivo del celular puede causar un deterioro en el funcionamiento de las personas cuando comienza a afectar su desempeño en general, por ejemplo, el rendimiento académico o las actividades escolares o laborales habituales.
Al respecto, indica que “Cuando tú empiezas a reemplazar actividades o el hecho de que prefieras cierto tipo de actividad en vez de otras que pueden ser saludables, por ejemplo, el juntarte con amigos en persona, y lo empiezas a limitar por el uso de actividades más bien virtuales, el no hacer deporte y tener una conducta más bien sedentaria, empieza a afectar tu vida, tu funcionamiento físico en general”.
Otro de los efectos que puede causar el uso de teléfonos celulares dice relación con la luz emitida por los aparatos electrónicos, la que puede provocar problemas en el ciclo del sueño. Sobre ello, el Dr. Gaete indica que “esta generación de adolescentes, de acuerdo a los reportes que tenemos en los últimos 100 años, es la generación que menos horas duerme y, el sueño, sabemos que es un elemento tremendamente importante para la salud física y mental en general”.
Ve el reportaje completo de DW en español, a continuación:
El Dr. Nicolás Libuy, investigador joven de Imhay, analizó los resultados de un estudio que buscó conocer las condiciones que pueden generar o prevenir el uso de sustancias en adolescentes, involucrando a los principales actores de la comunidad: jóvenes, sus escuelas y familias. Se trata de la primera aplicación adaptada del programa islandés Planet Youth en Latinoamérica, que exploró cuáles son los factores de riesgo y los factores protectores en la realidad concreta de las comunas participantes.
Cuando el médico psiquiatra Nicolás Libuy realizó su Doctorado en Psicoterapia, programa de postgrado impartido en conjunto por la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica de Chile, decidió profundizar en el tema de la prevención del consumo de sustancias en adolescentes, temática que ya era de su interés desde hace un tiempo.
“La transición a la adultez, en general, es una etapa clave en la psiquiatría y salud mental. En este periodo de la vida empiezan a manifestarse ciertas características relacionadas a problemas de salud mental y, además, es una etapa vulnerable, porque puede ser el inicio de algunos trastornos psicológicos. Sin embargo, también se presentan oportunidades, ya que es un momento crucial para prevenir y eso puede tener un impacto positivo en el bienestar de las personas en la adultez”.
Por eso, para su tesis doctoral eligió analizar la aplicación en Chile de un modelo de prevención de consumo de sustancias en jóvenes, basado en un programa que se creó en Islandia, y que por primera vez estaba probándose en Latinoamérica. Se trata de Planet Youth, intervención desarrollada hace un par de décadas en ese país europeo a partir del trabajo que hizo en 1997 un grupo de cientistas sociales, tomadores de decisiones y profesionales que trabajaban con jóvenes. En la década de los 90 el consumo de drogas en Islandia estaba en aumento, y gracias a que identificaron los factores sociales detrás del problema, crearon una estrategia basada en la movilización y colaboración entre diversos actores de la comunidad. Luego de diez años de aplicación consiguieron reducir el consumo de alcohol en jóvenes de 10° grado -equivalente al 2° Medio de Chile- de 38% a 20%; el de tabaco, de 21% a 10%; y el de marihuana, de 13% a 7%.
“Este programa hace un diagnóstico del consumo y la salud mental en general, pero los factores relacionados con el uso de sustancias de los jóvenes son a nivel local, ya sea la comunidad-colegio o la comunidad-barrio”, explica el Dr. Libuy. “Por otra parte, también se otorga un feedback oportuno a las comunidades, es decir, una vez que se levanta la información respecto del consumo y de los factores relacionados, rápida y oportunamente se transmiten los resultados del estudio a los actores importantes: profesores, apoderados, equipos de prevención, de salud y educacionales”.
Gracias a un convenio suscrito entre el Icelandic Centre for Social Research and Analysis (ICSRA), la Universidad de Chile y seis municipalidades de la Región Metropolitana, a partir de 2018 se replicó la experiencia sobre un universo de 7538 estudiantes de 125 colegios. Se hizo una encuesta inicial y otra en plena pandemia, en 2020, que mostró una reducción en el consumo de alcohol de 79,8% a 70%, y de marihuana de 27,9% a 18,8%. Los factores de riesgo que también disminuyeron fueron el estar fuera de la casa después de las 22 horas, y el consumo de alcohol y marihuana entre los amigos.
“Yo hice mi tesis del Doctorado en Psicoterapia en base a estas investigaciones. Y exploramos cómo hubo modificaciones de las prevalencias de consumo, en los factores de riesgo y protección asociados al consumo; y también estudiamos cualitativamente cómo fue recibido por parte de los participantes”, explica el investigador joven de Imhay.
Más allá de los cambios en las conductas de las personas, el estudio piloto aplicado en Santiago reveló la importancia de incorporar modificaciones al entorno donde se desenvuelven los jóvenes, especialmente la integración de las labores preventivas.
“Era necesario sincronizar, por ejemplo, los esfuerzos que se hacen desde educación, desde seguridad pública, desde el ámbito más recreativo, desde los apoderados y, por supuesto, considerar los intereses de los propios adolescentes. Y eso es lo que se ha hecho. Además, en el proyecto se ha involucrado a los padres haciendo énfasis en el rol de la parentalidad y reforzando los factores que los protegen del consumo de sustancias”.
Marihuana y esquizofrenia
El Dr. Nicolás Libuy trabaja actualmente es académico de la Universidad del Desarrollo. Mientras cursaba el doctorado, conoció a la directora de Imhay, Dra. Vania Martínez, y se incorporó a nuestro centro de investigación como investigador joven.
Su veta científica nació con la práctica clínica, porque, según indica, en salud mental “hay más preguntas que respuestas y eso es un incentivo para la investigación”. Más aún cuando la literatura entrega información de otras poblaciones, lo que motiva a hacer ciencia “con nuestro entorno, con aspectos más bien culturales, sociales, demográficos y otras características más específicas. A veces puede haber hipótesis o teorías respecto de algunas cuestiones relevantes de la salud mental a nivel global, pero uno se pregunta, ‘bueno, ¿cómo funciona eso en nuestra propia realidad?”.
Motivado por el problema de las adicciones en jóvenes, el Dr. Libuy decidió explorar la relación entre el consumo de marihuana y el desarrollo de psicosis como la esquizofrenia. De esta forma, encabezó un equipo que evaluó datos de 22 mil pacientes chilenos en tratamiento por abuso de sustancias.
“Encontramos una asociación relevante y realizamos una de las primeras publicaciones en esa línea”, explica el investigador. De hecho, el estudio comprobó que la prevalencia de esquizofrenia entre los consumidores de cocaína fue de 1,1%, pero entre los consumidores de marihuana llegaba hasta el 5,2%. Lo mismo con los trastornos del ánimo: 9,3% para uso de cocaína, y 13,2% para consumo de marihuana.
En la década del 2010 los datos a nivel mundial ubicaban a Chile como uno de los países con más alto consumo de marihuana entre los adolescentes. Las encuestas del SENDA mostraban un alza desde 13,6% en 2003 hasta 31,3% en 2017, con un quiebre al alza a partir del 2011. Al revés, el uso de alcohol y tabaco fue decreciendo en el mismo período.
Eso llamó la atención del psiquiatra, que decidió investigar cuáles factores estaban relacionados con el mayor consumo de marihuana.
“Algunos tenían que ver, sobre todo, con el consumo entre los pares. La adolescencia es una etapa sensible de la vida en la cual el comportamiento de los pares o el ambiente social es muy importante para el propio comportamiento. También existen otros aspectos que dicen relación con la baja percepción de riesgo que existe en torno al consumo de marihuana entre los jóvenes, y el rechazo de los padres al uso de cannabis en sus hijos”, explica el Dr. Nicolás Libuy.
Ahora ¿qué provocó el notorio aumento en Chile a partir de 2011? De acuerdo al profesional, la investigación no estableció aspectos causales. “Uno puede tener hipótesis y dentro de ellas, efectivamente, a partir de esa época hubo algunos cambios, no solo a nivel nacional, sino regional. Por ejemplo, empezó a surgir la experiencia de Uruguay en torno a una apertura del consumo de marihuana. Y esto se percibía, tanto en medios de comunicación como en el ambiente en general, en una baja en la percepción de riesgo, por lo que lo incluimos con uno de los factores asociados a un mayor consumo de esta sustancia”, concluye el investigador de Imhay.
Investigadora del Núcleo Milenio Imhay inició proyecto para analizar cómo conviven, en la práctica, el enfoque biomédico clínico y el enfoque comunitario-psicosocial, y qué espacio hay para que las personas con diagnóstico psiquiátrico ejerzan sus derechos como pacientes.
El concepto de biociudadanía -el ejercicio activo de los derechos en salud de cada persona- es uno de los elementos centrales del proyecto Fondecyt que comenzó este año Jimena Carrasco, doctora en Psicología Social, académica de la Facultad de Medicina de la Universidad Austral de Chile e investigadora adjunta de Imhay.
La investigación, titulada “Biosocialidad y configuración del sujeto de derecho con diagnóstico de enfermedad psiquiátrica en Chile”, apunta a explorar uno de los elementos que apareció en su tesis doctoral, y que ella denomina como “pugna” entre el enfoque comunitario-psicosocial que se promueve en los servicios de atención en salud mental, y la mirada biomédica-clínica, que está instalada entre los/as profesionales.
“Tú les preguntas a los/as profesionales ¿qué es un abordaje comunitario? Muchos/as no tienen idea, y eso les genera mucha confusión acerca de qué es lo que tienen que hacer y cuál es su rol. Entonces, aparece mucho esto de que se supone que tienen que ser comunitarios, pero en realidad, en la práctica, no lo consiguen por esta idea que termina por sobreponerse: el modelo más clínico y clásico, que es el de la atención individual, en el box, con base en el diagnóstico, etc.”, explica la Dra. Carrasco.
En medio de esta tensión entre enfoques, aparece un elemento central que le interesa desarrollar en su proyecto: la reivindicación de derechos por parte de los/as pacientes que, a falta de acogida, termina reclamando y haciendo activismo fuera del sistema.
“Existen mecanismos como las OIRS (Oficinas de Información, Reclamos y Sugerencias). Pero sé también de cerca -porque trabajo con personas que son usuarias de los dispositivos de salud- que eso no es real. O sea, la persona que realmente quiere ejercer derechos, por ejemplo, reclamar por un maltrato, solicitar una segunda opinión o pedir un ajuste de dosis de medicamentos, choca con una muralla. Y eso en el sistema público ocurre, no siempre, pero sucede. O sea, se impone la visión del terapeuta que está ejerciendo el tratamiento”, dice la investigadora.
“De allí viene el concepto que yo utilizo, que es el de biociudadanía, porque en otros países o aquí mismo en Chile, pero en otros escenarios de la salud, cada vez se da más esto. En el fondo, las personas se van empoderando, adquieren conocimientos científicos relativos a su problemática, leen, se informan. Justamente la tendencia es que también puedan ser parte de estas conversaciones y este proyecto busca eso”.
Durante cuatro años, la investigadora de Imhay entrevistará a pacientes y realizará un trabajo etnográfico en diversos dispositivos de salud mental de Valdivia para explorar cómo están funcionando estas prácticas de biociudadanía, cómo se organizan los/as usuarios/as y sus familias, y cuáles son las opciones que les permite el sistema.
Medición de alcances, no de resultados
El interés científico de la Dra. Carrasco proviene de sus primeros años como terapeuta ocupacional. Luego de titularse en la Universidad de Chile empezó a trabajar en la Unidad de Rehabilitación del Instituto Psiquiátrico Dr. Horwitz.
“En el caso de las enfermedades psiquiátricas o de salud mental, una de las dimensiones que se ve fuertemente afectada es la ocupacional. Las personas suelen dejar de hacer las cosas que hacían habitualmente, dejan de encontrarle sentido a las cosas que antes realizaban y, entonces, la terapia ocupacional les permite volver a retomar sus rutinas y, en algunos casos, les reorienta también”, explica la profesional.
Como ocurre en muchos campos, la falta de información e investigación local le despertó el interés por explorar lo que sucedía en el país y gracias a un primer artículo que publicó en la Revista Chilena de Terapia Ocupacional, la Universidad Austral de Chile la invitó a incorporarse al equipo que estaba creando la carrera en Valdivia.
Su siguiente paso fue hacer un doctorado en Barcelona, centrado en un enfoque crítico de la reforma de la institucionalidad psiquiátrica en Chile. Esa tesis doctoral del año 2010 (‘Intervención Social en Salud Mental y Psiquiatría en Chile: una aproximación desde las interfases de la gubernamentalidad’) le abrió el camino para profundizar en el análisis de cómo funcionan en Chile los dispositivos de atención, bajo qué políticas y con qué lógicas. Surgió así su proyecto Fondecyt de Iniciación: ‘Tecnologías de Intervención y Procesos de Subjetivación en Tratamiento y Rehabilitación por Consumo de Sustancias en Los Ríos’, que dio origen a tres artículos científicos.
“Me interesó el tema, porque en el caso chileno, a diferencia de otros países, toda la política de tratamiento por consumo problemático no depende directamente de salud, sino del Ministerio del Interior. Y luego, porque antes de estos dispositivos específicos que aparecen con esta ley, en Chile prácticamente no existían alternativas de tratamiento para el consumo problemático de sustancias”, cuenta la investigadora.
Lo llamativo es que en su investigación la Dra. Carrasco no encontró ningún dato ni cifra acerca de resultados de las intervenciones, sino sólo cantidad de atenciones realizadas por parte de los servicios externalizados, a cargo de ONG´s.
“El sistema de licitaciones es absolutamente iatrogénico, porque se pierde completamente de vista el objetivo. Los interventores sólo piensan en rendirle cuentas al sistema y éste, a su vez, sólo necesita que les rindan cuentas. ¿Y quién se encarga de ver los efectos reales de las intervenciones? Estamos midiendo alcances, pero no impactos”.
Esto, concluye la Dra. Jimena Carrasco, son pruebas concretas de que en Chile “la política no conversa con las investigaciones”.
A partir de evidenciar la falta de investigación en el contexto nacional en estos temas, desde 2022, la Dra. Carrasco dirige el programa de magister en Inclusión Social de la Escuela de Graduados de la Facultad de Medicina de la UACh, orientado a entregar destrezas para la investigación a profesionales que se interesen por procesos y condiciones que favorecen la inclusión y la exclusión de personas y grupos en distintos ámbitos tales como salud, educación, desarrollo social y entre otras.
La irrupción de tecnologías de avanzada en la vida diaria presenta ventajas, pero también desafíos y riesgos. El Dr. Lionel Brossi, investigador adjunto del Núcleo Milenio Imhay estudia el impacto de estas herramientas en la infancia y la adolescencia, las brechas de acceso y cómo encontrar un equilibrio de manera ética.
El periodista, académico de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile e investigador adjunto de Imhay, Dr. Lionel Brossi, es un estudioso de las tecnologías digitales y de su impacto en la comunidad. Y justamente, uno de los temas controvertidos que han surgido en el último tiempo dice relación con el nivel de desarrollo que están alcanzado las nuevas tecnologías y cómo usarlas sin generar daño.
La Inteligencia Artificial Generativa es un ejemplo, destaca de entrada el Dr. Brossi. ¿Qué implicancias tiene un chatbot como ChatGPT, que posee un poder retórico tan convincente que puede influir en mayor medida en niños y adolescentes, adaptando su discurso, tono de voz e incluso su género para lograr mayor persuasión?, pregunta el investigador.
“El poder de persuasión que tienen estos sistemas es sorprendente y plantea importantes interrogantes. Son tecnologías que se lanzan con grandes expectativas, pero cuyos efectos a largo plazo todavía estamos comprendiendo. Un ejemplo relevante es su potencial impacto en la salud mental: si un adolescente con ideación suicida consulta a un sistema de inteligencia artificial generativa, ¿está este lo suficientemente preparado para ofrecer una respuesta adecuada, brindar apoyo y derivarlo a un profesional? Con cada avance tecnológico surgen nuevas oportunidades, pero también retos que debemos abordar con cuidado.”.
De hecho, en una de sus últimas investigaciones, donde colaboró con profesionales de la Universidad de Waseda, Japón, Lionel Brossi exploró la opinión y perspectiva que una treintena de adolescentes chilenos tenían sobre cómo van a funcionar los robots y la IA en el año 2050. Y si bien los entrevistados creen que la tecnología puede ayudar a resolver problemas como las catástrofes climáticas, sorprendentemente lo que más les importaba era otro aspecto.
“Los niños y niñas chilenos expresaron gran preocupación por la ética del cuidado, particularmente en profesiones como la enfermería, la psicología e incluso la docencia. Señalaron que la empatía y la comunicación humana, esenciales en estas áreas, podrían perderse si son mediadas por robots o tecnología. Este fue un aspecto destacado en comparación con otros países participantes en la investigación.”.
Inteligencia Artificial y Derechos de NNA
Gracias a un postdoctorado que realizó en Harvard en 2017, Lionel Brossi se acercó al campo de la Inteligencia Artificial y la Ética, específicamente IA e inclusión social, y desde ese entonces a desarrollado investigaciones, asesorías y formación relacionada al tema.
De hecho, al regresar al país creó el Núcleo de Investigación en Inteligencia Artificial y Sociedad en la Facultad de Comunicación e Imagen de la U. de Chile, junto a la profesora Ana María Castillo, donde desarrollan investigación e intervenciones junto a un consorcio de organizaciones internacionales. En este contexto, el Dr. Brossi participó, por encargo del gobierno, en unas consultas que se hicieron con niños y niñas a lo largo de todo Chile como insumo para la Estrategia de IA que se busca implementar en el país. También prestó asesoría para elaborar el marco ético de IA en Colombia, donde pusieron especial foco en un principio dedicado a los derechos de niños, niñas y adolescentes en relación a Inteligencia Artificial y las tecnologías.
“Podemos hablar de derechos humanos en términos generales, pero resulta que los desafíos de niños y niñas son otros. Actualmente, la Inteligencia Artificial Generativa plantea un desafío crítico en términos de seguridad infantil y adolescente. Un ejemplo alarmante es la creación de imágenes de abuso generadas por IA, lo cual tiene serias implicancias en el mundo real. Este tipo de contenido está proliferando en internet, lo que no solo es profundamente perjudicial, sino que además facilita su uso por parte de depredadores. Esto evidencia cómo constantemente emergen nuevos retos que requieren una atención y respuesta urgente», explica el investigador.
Gracias a su experiencia en comunicación y redes digitales, Lionel Brossi fue invitado a colaborar con el Núcleo Milenio Imhay. Su primer proyecto fue un programa para alfabetizar, informar y asesorar a adolescentes en temas de depresión. Luego participó en el diseño de la campaña #VamosJuntxs para la prevención del suicidio, que logró incrementar en 400% los contactos al chat de la Fundación Todo Mejora, muy por encima de los resultados de otras plataformas de ayuda telefónica.
“Esto está relacionado con los hábitos de los jóvenes de hoy, que prefieren en algunos casos chatear en lugar de hacer llamadas telefónicas. Además, cuando se trata de temas delicados, como la sexualidad o dudas personales, suelen sentirse más cómodos consultando por chat en lugar de hacerlo por teléfono, ya que escribir les permite superar la vergüenza que les genera hablar directamente.”.
Alfabetización y acompañamiento
En 2023 el Dr. Brossi participó en la Comisión contra la Desinformación que se estableció en Chile, donde aportó con su experiencia en el tema de Inteligencia Artificial Generativa. En la instancia se discutió cómo ésta puede incidir en escalar la desinformación, y también -de manera virtuosa- en cómo las tecnologías pueden ayudar a detectarla.
El investigador también formó parte de la Misión de Expertos en Inteligencia Artificial convocada por el anterior presidente de Colombia para diseñar una hoja de ruta para su país. Allí, Lionel Brossi estuvo a cargo del área de Educación y Alfabetización en IA.
Éste es justamente uno de los campos donde se perciben las mayores falencias al aplicar políticas públicas en herramientas tecnológicas de uso masivo, explica el investigador de Imhay.
“Muchos gobiernos, al implementar programas de ciudadanía o alfabetización digital, se han enfocado principalmente en aspectos técnicos. Hace algunos años, por ejemplo, las políticas se centraban en enseñar ofimática, como el uso de Word, Excel o PowerPoint. Si bien estas habilidades son útiles, no constituyen en sí mismas alfabetización digital. La verdadera alfabetización digital implica dotar a las personas de herramientas no solo para utilizar la tecnología de manera productiva, sino también para abordarla de forma crítica. Esto significa ser conscientes de los riesgos, como por ejemplo el cyberbullying, de tener la capacidad de distinguir entre información veraz y desinformación, de contenidos generados por humanos y por IA, así como comprender la importancia de la privacidad y la seguridad de los datos, entre otros elementos”.
En ese sentido, la penetración de las tecnologías digitales plantea desafíos concretos cuando se trata de niños/as, adolescentes y jóvenes. Su presencia cultural es de tal magnitud que ya forman parte del escenario doméstico, y es ineludible conectarse a las redes sociales y exponerse a sus contenidos.
“En el mundo que les tocará vivir, y que ya estamos empezando a ver, la Inteligencia Artificial será mucho más omnipresente y estará conectada en todos los ámbitos de la vida. Quienes no cuenten con una alfabetización adecuada para protegerse de estos sistemas y utilizarlos de manera productiva, estarán en clara desventaja, tanto a nivel social como en términos de oportunidades. Por eso, mi visión se basa en el uso responsable con acompañamiento, no en una prohibición estricta. A lo largo de la historia, las prohibiciones tecnológicas han demostrado ser ineficaces. Lo que realmente necesitamos es ayudar a las personas a usar de manera provechosa y ética las tecnologías, comprender los desafíos y enseñarles cómo gestionar los riesgos”, plantea el investigador de Imhay.
Una formación académica desactualizada y una baja proporción de personas con estudios adicionales en estos temas serían algunas causas, según diversos expertos. A esto se suma que la mayoría se concentra en el sector privado. Sobre este tema fueron consultados por El Mercurio, los investigadores del Núcleo Milenio Imhay, Dr. Álvaro Jiménez y Dr. Alvaro Vergés.
‘Muchos pacientes en Chile con trastorno obsesivo compulsivo (TOC) no están recibiendo el tratamiento adecuado, están recibiendo enfoques terapéuticos que se ha comprobado que no son eficaces para este cuadro’, asegura Tomás Miño, psicólogo clínico y especialista en terapia cognitivo-conductual por la U. de Harvard.
Lo que describe Miño resume una realidad que afecta también a pacientes con otros tipos de trastornos severos y que es preocupante, aseguran múltiples especialistas locales en salud mental.
Según explican, si bien en Chile hay déficit de profesionales del área de la salud mental en general, tanto psicólogos como psiquiatras, la falta es aún más evidente cuando se trata de profesionales que puedan tratar cuadros severos, como esquizofrenia, adicciones, trastornos de la conducta alimentaria (TCA) o trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Basado en evidencia
En el caso específico de esta enfermedad, Miño dice: ‘Somos muy pocos los especialistas que estamos formados en terapia cognitivo-conductual, por ejemplo (uno de los tratamientos más recomendados para el TOC), y en técnicas específicas basadas en evidencia, lo que limita el acceso a tratamientos adecuados’.
Daniela Gómez, psiquiatra y presidenta de la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía de Chile (Sonepsyn), confirma la problemática: ‘Es tanto así, que en el último tiempo médicos generales o de familia se han especializado en salud mental para poder cubrir esa necesidad’.
Gómez coincide en que si bien el déficit es general, algunas áreas presentan mayor escasez, como los trastornos alimentarios. ‘Efectivamente, los psiquiatras estamos atendiendo a esos pacientes más complejos que realmente requieren una atención más especializada’.
Justamente, con base en esa preocupación, es que la semana pasada Sonepsyn lanzó las primeras recomendaciones clínicas para el diagnóstico y tratamiento de la anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y el trastorno por atracón, dirigida a médicos y profesionales no especialistas, con la finalidad de que tengan más herramientas para diagnosticar y tratar estos cuadros (disponibles aquí: https://shorturl.at/SPocU).
‘Cuando yo comencé en trastorno alimentario en Chile, había no más de 10 especialistas. Ahora somos unos 250, pero aún así somos muy pocos para cubrir todo el país’, asegura Gómez.
Alex Behn, académico de la Escuela de Psicología de la UC y director de Investigación del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap), señala que Chile, como otros países de la región, tiene un sistema de atención escalonado, ‘en el cual los pacientes primero reciben atención generalista (primaria) y luego, si es necesario, avanzan hacia servicios especializados. En el caso de problemas de salud mental más serios, como los trastornos de conducta alimentaria o de la personalidad, son muy pocos los servicios que tienen esa especialidad’.
De acuerdo con Behn, si bien hoy existen buenos tratamientos para algunos trastornos severos, como el trastorno límite de la personalidad, estos son ‘muy sofisticados, requieren de mayor especialización y han sido típicamente más complejos de implementar en servicios públicos’.
Un problema adicional es la concentración de especialistas en el sector privado, donde ‘no más del 30% de la población accede’, apunta Álvaro Jiménez, psicólogo e investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), quien investiga al respecto.
‘Además, la mayoría de los especialistas, sobre todo aquellos con subespecialidades, se encuentran en Santiago’, agrega.
Pero incluso en el mundo privado se percibe el déficit. ‘En el sector privado somos muy pocos, es más caro e igual es difícil encontrar horas’, afirma Miño.
La falta de herramientas para evaluar correctamente los trastornos de salud mental severos hace que las personas se demoren más en encontrar tratamiento o nunca lleguen a acceder a él, según advierte Álvaro Vergés, académico de la Escuela de Psicología de la U. de los Andes e investigador del Núcleo Milenio Imhay.
‘Esto tiene un impacto significativo en la calidad de vida, ya que la trayectoria vital termina siendo muchísimo peor de lo que habría sido si se hubiese hallado tratamiento adecuado a tiempo’, explica.
En el caso del TOC, dice Miño, ‘es alarmante, con un promedio actual de 14 a 17 años para que las personas encuentren la asistencia profesional que requieren’.
En las universidades
Pero ¿por qué faltan especialistas? Los entrevistados señalan varios factores. Behn comenta que muchas universidades chilenas ‘siguen entrenando a los estudiantes en teorías psicológicas muy antiguas’, lo que contribuye a que los profesionales egresen con herramientas poco aplicables en el contexto clínico actual.
Jiménez opina en la misma línea. ‘En gran parte de las facultades de la carrera de psicología tienen una formación que es genérica (…). Por lo tanto, lo que se puede ofrecer en términos de psicología clínica son competencias básicas’, dice el experto.
Y agrega: ‘Yo creo que la formación de pregrado requiere un nivel de especialización, una mayor profundización para poder tratar a este tipo de pacientes’.
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Este llamado, enmarcado dentro de un proyecto FONIS, está dirigido a profesionales que trabajen en la red de salud pública de las regiones Metropolitana, Maule y Los Lagos. especialmente aquellos que se desempeñen en la Atención Primaria de Salud.
El Núcleo Milenio Imhay junto a instituciones de educación superior y centros de investigación invitan a profesionales de la salud a participar en una pasantía de investigación en el marco del proyecto FONIS SA23I0181: «Desarrollo y evaluación de una guía de recomendaciones y un programa de formación en competencias para la intervención psicosocial con personas, familias y comunidades expuestas a una muerte por suicidio».
El proyecto tiene como objetivo desarrollar una guía de recomendaciones y un programa de formación en competencias para la postvención del suicidio. El propósito del programa de formación es capacitar a los profesionales de la salud para realizar intervenciones de postvención efectivas y culturalmente adaptadas con personas, familias y comunidades afectadas por el suicidio. De esta manera, se espera contribuir a la reducción de las brechas en el manejo de crisis relacionadas con muertes por suicidio.
La participación en el proyecto implica dedicar dos horas a la semana para integrarse como colaborador al equipo de investigación, asistiendo a reuniones y aportando con su experiencia profesional en el diseño del programa de formación y en la discusión de los resultados. La pasantía se llevará a cabo entre noviembre de 2024 y abril de 2025 (no habrá actividades durante febrero).
Esta colaboración brindará experiencia en investigación y será certificada por el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP) y el Núcleo Milenio para mejorar la salud mental de adolescentes y jóvenes (Imhay).
Los/las profesionales interesados/as en postular deben completar este formulario, adjuntando su CV y una carta de declaración de intereses, de máximo 500 palabras (formato PDF).
POSTULACIONES:
Entre el 11 y 29 de octubre
CONSULTAS:
alvaro.jimenez@uss.cl
stefanella.costa@udp.cl
Según cifras de la Superintendencia de Educación, al segundo trimestre del 2024, se han presentado 39 denuncias por maltrato entre estudiantes. Para lograr entender el actuar de la juventud el diario El Mercurio de Antofagasta conversó con expertos, entre ellos la directora del Núcleo Milenio Imhay, quienes dieron a conocer cuatro factores que explicarían el actuar violento de los estudiantes.
Las peleas escolares han marcado la tónica de la agenda de educación, durante este 2024. Los constantes videos que circulan en redes sociales sobre hechos de violencia que involucran a adolescentes e incluso apoderados, se han masificado, poniendo especial atención de las autoridades y sostenedores de colegios ante el fenómeno.
Pero, ¿qué está ocurriendo realmente con los jóvenes? Para lograr entender el actuar de la juventud antofagastina, El Mercurio de Antofagasta con- versó con expertos, quienes dieron a conocer cuatro factores que explicarían el actuar violento de los estudiantes.
Habilidades Sociales
La doctora Vania Martínez, psiquiatra infantil y de la adolescencia, académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y directora del Núcleo Milenio Imhay, reconoció una importante relación entre los efectos de la pandemia, periodos sin clases, entorno social del niño y el desarrollo infanto-juvenil.
La especialista señaló que tras dos años de falta de relacionamiento, existió un “menor desarrollo de habilidades sociales, de cómo interactuar, cómo resolverlos conflictos y mucho ha estado mediado a través de las redes sociales y de modelos que han recibido a través de películas, en las que, en general, los conflictos son resueltos de forma violenta”, señaló.
“No ven modelos que sean pacíficos de resolución de conflictos también entre personas adultas porque probablemente en sus barrios o incluso dentro de su familia puede haber este tipo de manifestaciones de violencia para resolver problemas”, agregó la psiquiatra.
Rol de las Escuelas
En este contexto, la escuela se posiciona como un estamento fundamental en el relacionamiento de los estudiantes, pero también en la enseñanza de habilidades sociales.
“Los jóvenes asisten a los establecimientos educacionales y pasan altas horas es un lugar donde no solo se debieran enseñar materias y ramos tradicionales, sino también habilidades de desarrollo emocional, de cómo gestionar mejor las emociones y cómo resolver estos conflictos”, aseguró.
Para Diego Portilla, doctor en Psicología y académico carrera Psicología UST, factores locales como el formato de trabajo por turnos de los padres, además del entorno o la desigualdad en la que vive la familia, son parte importante en la manera de actuar del NNAS.
“Es necesario enfatizar que el crecer en un contexto violento no necesariamente hace que el adolescente actúe violentamente, no obstante, sí pudiera aumentar el malestar emocional y las desregulaciones en este ámbito. Más si se suman otros factores, como las inequidades a nivel social, a nivel económico, de salud, de educación, factores que inciden en la calidad de vida de niños, niñas y adolescentes y sus familias”.
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DIRECCIÓN
Profesor Alberto Zañartu n°1030
Independencia, Santiago de Chile
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