Por: Yanira Zúñiga Añazco
Doctora en Derecho; profesora de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Austral de Chile e investigadora principal del Núcleo Milenio Imhay.
El derecho a la salud es concebido como un derecho social por su carácter prestacional. Esto implica que el Estado debe garantizar a la población– en especial a aquella que carece de medios económicos suficientes–el acceso a un cuidado sanitario adecuado para conservar o recuperar la salud. El enfoque prestacional del derecho a la salud ha sido clave en su desarrollo conceptual y en su protección jurídica, tanto a nivel constitucional como internacional. Sin embargo, la importancia de esta faceta en ocasiones eclipsa otra dimensión fundamental de este derecho: la autonomía individual.
En efecto, el derecho a la salud no solo descansa en el imperativo de promover “el disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental”, como dice el art. 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; requiere también el respeto de la agencia moral humana, es decir, el reconocimiento y protección de la capacidad de cada persona de autodeterminarse en el plano corporal y psíquico. El respeto de la autonomía individual no es solo una exigencia bioética, también es una obligación jurídica, cuya infracción puede acarrear responsabilidades legales.
La obligación de respetar la autonomía individual en contextos de salud (que es la contracara de un derecho individual), fue incorporada a nuestro ordenamiento jurídico por la ley Nº 20.584, de 2012, conocida popularmente como la “ley de derechos y deberes de los pacientes”. En su Art. 14, dicha ley dispone que “toda persona tiene derecho a otorgar o denegar su voluntad para someterse a cualquier procedimiento o tratamiento vinculado a su atención de salud”, y agrega que dicho derecho “debe ser ejercido en forma libre, voluntaria, expresa e informada, para lo cual será necesario que el profesional tratante entregue información adecuada, suficiente y comprensible”. Dicha cláusula, es considerada el fundamento jurídico del derecho/obligación de prestar un consentimiento informado (en adelante, CI) en lo referente a las decisiones relacionadas con acciones de salud. Adicionalmente, la ley Nº 20.584 regula, entre otras cosas, el derecho a acceder a las acciones de promoción, protección, recuperación y rehabilitación de la salud, sin discriminación arbitraria (Art. 2), el derecho al trato digno (Art. 5), el alcance, oportunidad, suficiencia y accesibilidad de la información que profesionales de salud deben suministrar a cada paciente o, en su caso, a sus representantes o cuidadores (Art. 10), y la reserva de la información clínica (Arts. 12 y 13).
Aunque la ley no contiene una definición precisa del CI, sino, más bien, un conjunto de requisitos que este debe reunir, es posible destilar de esa regulación una concepción jurídica sobre la que se asienta esta institución. El CI es, por su propia naturaleza, una decisión personal, adoptada tras una reflexión íntima, pero no es algo que pueda formarse de una manera estrictamente individual; requiere la interacción con otros, en particular con el personal de salud. Este último está obligado a suministrar a cada paciente la información necesaria, oportuna y comprensible para realizar una toma de decisión respecto de una acción de salud determinada.
No cabe duda de que la regulación legal del CI ha sido un importante avance. Antes de su establecimiento por parte de la ley de derechos y deberes del paciente, no era claro que un paciente pudiera negarse a recibir un tratamiento de salud (por ejemplo, la jurisprudencia chilena aceptó que personas que profesaban el culto de los Testigos de Jehová fueran transfundidas en contra de su voluntad), ni cuáles eran los requisitos formales y materiales que debería satisfacer ese consentimiento. Desde el punto de vista simbólico, además, la ley ha impulsado un cambio cultural respecto de las relaciones jurídicas que se producen en contextos de salud. Si antes el paciente era concebido como un receptor pasivo de atención sanitaria; en la actualidad, la ley obliga a tratarlo como un ciudadano dotado de derechos. Por extensión, se promueve un cambio en las lógicas organizacionales, las cuales no solo debieran estar gobernadas por directrices técnicas, sino también por prácticas de atención respetuosas con los derechos fundamentales de las personas.
Sin embargo, la capacidad de una regla jurídica de producir el estado de cosas que ella ordena o regula–es decir, su eficacia– no es algo que deba darse por sentado, o que se produzca al día siguiente que una ley es promulgada. La eficacia jurídica es, ordinariamente, una carrera de largo aliento, en la que el éxito depende de la interacción de varios factores; algunos de ellos se relacionan con cuestiones normativas (como la claridad, coherencia o completitud de las disposiciones legales) y otros remiten a cuestiones extrajurídicas, de carácter cultural o social (como la disposición o la resistencia de los destinatarios de las reglas jurídicas a cumplir sus mandatos).
La exigencia legal del CI en contextos de salud no es ajena, entonces, a los problemas de aplicación. Ella enfrenta, en general, importantes obstáculos socioculturales que limitan su eficacia. Históricamente, la relación entre el personal de salud y los pacientes se ha vertebrado de una manera más jerárquica que horizontal, debido, entre otros factores, a la asimetría de conocimiento o saber entre ambos extremos de esta relación. Mientras la prescripción de un profesional tratante está revestida de una presunción de razonabilidad, al ser concebida como la manifestación pura de un saber científico, la decisión de una persona, que carece de dicho conocimiento, puede ser vista como la expresión de un simple querer, incluso, como un capricho. En suma, la brecha de conocimiento entre personal de salud y paciente –que es material y simbólica– tiene el potencial de erosionar el cumplimiento de estas reglas jurídicas.
Hay situaciones en que esa asimetría de legitimidad puede ser todavía más problemática. Es el caso de aquellas personas que las leyes reputan incapaces. Jurídicamente, un incapaz es una persona considerada particularmente vulnerable, por carecer, transitoria o permanentemente, de ciertos atributos intelectuales o psicológicos que afectan su capacidad de tomar decisiones por sí misma. La persona considerada incapaz, regularmente es sometida a un régimen jurídico especial que implica, entre otras cosas, un recorte, más o menos significativo, de su esfera de toma de decisiones individuales. Las personas con discapacidad mental y los niños, niñas y adolescentes (en adelante, NNA) son ejemplos de personas consideradas incapaces en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos del mundo. Así ocurre también en la legislación chilena. Veamos, entonces, cómo opera en estos casos la cláusula de CI.
La ley N° 20.584 contiene varias disposiciones respecto de las personas con discapacidad. Algunas de esas normas establecen obligaciones especiales destinadas a evitar que ellas sean discriminadas en su atención de salud, exigen una entrega apropiada de información y establecen garantías institucionales de resguardo de sus derechos (en este sentido, por ejemplo, los Arts. 2, 5 y 5 bis y 29 de la referida ley).
Son escasas las disposiciones que se refieren específicamente a los requisitos del CI respecto de las personas con discapacidad. El Art 24– referido única y exclusivamente a las personas con discapacidad psíquica e intelectual– establece que “si la persona no se encuentra en condiciones de manifestar su voluntad, las indicaciones y aplicación de tratamientos invasivos e irreversibles, tales como esterilización con fines contraceptivos, psicocirugía u otro de carácter irreversible, deberán contar siempre con el informe favorable del comité de ética del establecimiento”.
Por otra parte, en su redacción original la ley de derechos y deberes de los pacientes no se refería a las personas afectadas por una enfermedad o trastorno mental. Cabe tener presente que dichas personas, eventualmente, podrían quedar comprendidas en la desafortunada referencia que el Art. 1447 del Código Civil hace a los “dementes”, grupo que reputa como incapaces absolutos. Sin embargo, la ley N° 21.331, promulgada en el año 2021, introdujo reglas un conjunto de nuevas reglas sobre CI concernientes a estas personas.
Según el Art. 4 de la ley N° 21.331, las personas afectadas por una enfermedad o trastorno mental tienen derecho a ejercer personalmente el consentimiento libre e informado respecto de tratamientos o alternativas terapéuticas, con el auxilio de un sistema de apoyos que la misma ley regula. Esta regla despeja la duda que podría suscitar el Art. 15 letra c) de la Ley 21.084. Este establece que el CI debe prestarse, en general, por el representante legal cuando la persona se encuentre en incapacidad de manifestar su voluntad. Con las nuevas reglas antes referidas, la prestación sustitutiva de CI informado por el representante o cuidador en caso de personas afectadas por enfermedades o trastornos mentales solo procedería de manera residual, es decir, solo cuando no fuera posible implementar apoyos en atención al grado de afectación de la persona. En este caso, la ley dispone que debe dejarse constancia escrita de esta circunstancia en la ficha clínica, la cual, además, debe ser suscrita por el jeje del servicio clínico respectivo (Art. 4, Ley N° 21331, inciso final). En suma, bajo el régimen actual, una patología mental, no impide, por sí sola, que la persona afectada decida por ella misma acceder o no a un tratamiento. Antes bien, la solución es otra: frente a las alteraciones en su capacidad de aprehender adecuadamente la realidad, incluido su propio estado de salud, o respecto de eventuales afectaciones en el estado de ánimo de la persona, procede implementar, en general, medidas de apoyo para la toma de decisiones.
La referida ley N° 21.331 introdujo también reglas relativas al CI en el caso de NNA. Corrigió, así, un vacío que la ley de derechos y deberes del paciente sufrió por mucho tiempo, a resultas de la supresión, en su texto definitivo, de una regla adoptada durante su tramitación, la cual permitía a mayores de 14 y menores de 18 años, tomar decisiones de salud autónomamente. Con la remoción de esa regla de la ley de derechos y deberes del paciente, se afianzó una interpretación jurídico que asumió que las reglas de capacidad del Código Civil– las cuales priorizan la representación parental de NNA– desplazaban, a estos efectos, las previsiones de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño.
La citada Convención, adoptada en 1989, ha impulsado una visión no tutelar de la infancia y de la adolescencia, vertebrada sobre dos principios basales: el interés superior del niño y la autonomía progresiva. Este último principio se encuentra regulada en el Art. 12 de dicho tratado y consiste en la obligación estatal de garantizar las condiciones que permiten que todo NNA pueda formarse un juicio propio, expresar su opinión libremente en todos los asuntos que le conciernen, opinión que debe ser tenida en cuenta, en función de su edad y madurez.
La ley N° 21.331 introdujo dos nuevas reglas sobre el CI en NNA, las cuales complementan y especifican el texto actual de la ley de derechos y deberes del paciente. La primera de esas reglas consagra el derecho de todo NNA a recibir información sobre su enfermedad y la forma en que se realizará su tratamiento, adaptada a su edad, desarrollo mental y estado afectivo y psicológico (Art. 10 de la Ley 20.584). La segunda establece que sin perjuicio de las facultades de los padres o del representante legal para otorgar el consentimiento en materia de salud en representación de los menores de edad competentes, todo NNA tiene derecho a ser oído respecto de los tratamientos que se le aplican y a optar entre distintas alternativas, si la situación lo permite, tomando en consideración su edad, madurez, desarrollo mental y su estado afectivo y psicológico. En todo caso, debe dejarse constancia de que el NNA fue informado en los términos antes descritos y debidamente oído (Art. 14, Ley N°20.584, inciso 5°). Según estas normas, los padres, en tanto representantes legales, siguen siendo los primeros llamados a “expresar la voluntad” de los NNA, en lo relativo a la aceptación o rechazo de un tratamiento de salud; sin embargo, este enfoque se atempera introduciendo el derecho de los NNA a ser oídos, según sus circunstancias particulares.
Si bien las reformas introducidas por la ley N° 21.331 equilibran de mejor manera los derechos de representación parental con los derechos de autodeterminación de NNA, no parece que pueda afirmarse que su estándar de protección es adecuado. Como el segundo proceso constituyente puso de manifiesto, el principio de autonomía progresiva de los NNA sigue siendo altamente controversial e inestable en la práctica jurídica chilena. Lo anterior obedece, entre otras cosas, a la inexistencia de un régimen expreso de reconocimiento constitucional de los derechos fundamentales de la niñez y la adolescencia. Queda, entonces, mucho camino por recorrer para afianzar un modelo más respetuoso de la autonomía personal en este caso.
Publicado en Radio Universidad de Chile.
Investigadores del Núcleo Milenio Imhay coeditaron versión actualizada de la guía, destinada principalmente a consultantes y sus familias, con el fin de aportar a la psicoeducación y a desestigmatizar las enfermedades mentales severas.
Un año de revisión bibliográfica, discusión y preparación tomó elaborar la segunda versión de la Guía Psicoeducativa para Comprender los Estados Mentales de Alto Riesgo, que se presentó a fines de noviembre en Santiago.
Trece investigadores y estudiantes de nuestro Núcleo Milenio Imhay, del centro PsiquisLab de la Universidad de Chile y de la Universidad San Sebastián (USS), participaron en el esfuerzo, dirigido a actualizar un primer manual publicado en 2018, antes de la pandemia por Covid-19.
Dado el tiempo transcurrido, el aumento de trastornos de ansiedad y depresión, y otros factores derivados de aquel período de encierro e incertidumbre, el equipo investigador consideró necesario incorporar nuevos contenidos como “el tema de las redes sociales, los influencers, el uso de sustancias, y también algunas drogas nuevas más prevalentes que están siendo utilizadas ahora en Chile”, explica la psicóloga Mariel Labra, integrante de Imhay y docente de la USS, quien es coeditora de esta nueva guía, junto con los investigadores Pablo Gaspar, Rocío Mayol, Alejandro Maturana, Rolando Castillo y Sebastián Corral.
Los profesionales, junto a siete estudiantes de psicología de la USS, revisaron literatura actualizada basada en evidencia, tanto de Chile como del extranjero, compilaron la información, discutieron los hallazgos y redactaron los once capítulos que componen la guía.
De EMAR a CHARMS
De partida, ampliaron el alcance que tenía la primera versión, que estaba enfocada en prevenir la psicosis en los Estados Mentales de Alto Riesgo (EMAR). El concepto ahora se abrió a los llamados CHARMS (Clinical High at Risk Mental State), que abarca estados mentales inespecíficos, “que tienen un potencial de que ese estado de vulnerabilidad avance con el tiempo hacia distintos caminos posibles, sin definir una trayectoria en particular”, aclara Mariel Labra. “Personas que tienen, por ejemplo, riesgo de psicosis, puede que eventualmente, con el paso del tiempo, desarrollen una psicosis, o que en realidad desarrollen una depresión mayor o un trastorno de personalidad límite. O sea, la trayectoria no está definida, sino que tenemos un abanico de posibilidades donde el individuo puede ir avanzando con el paso del tiempo”.
Por su parte, la Dra. Rocío Mayol, investigadora joven de Imhay, académica de la Universidad de Chile y de la Universidad Alberto Hurtado, y también coeditora de esta publicación, comenta: “Esta es una actualización de nuestra guía anterior. Ahora existen más capítulos, hemos incorporado algunos como, por ejemplo, el uso de tecnologías, ya que en el último tiempo ha habido un avance en este ámbito y ahora tenemos una actualización de cómo podemos abordarlo. La guía también incluye actividades que se pueden desarrollar e ir completando en base a lo que el lector está pasando”.
Foco en psicoeducación
Si bien la guía apunta a público general -tal como en su primera versión de 2018- el foco principal son las personas que puedan estar en estos grupos de riesgo y, en especial, sus familias. Por eso sus contenidos se centran en la psicoeducación, para así ayudar a comprender el origen de ciertas alteraciones de comportamiento, señales y síntomas.
“Nosotros hicimos un estudio donde entrevistamos a los padres de nuestros pacientes y pudimos identificar que ellos confundían aspectos del desarrollo adolescente normativo con síntomas iniciales”, recuerda Mariel Labra. “Por ejemplo, ellos notaron que sus hijos, en un principio, estaban aislados, menos afectivos, ya no compartían con la familia, estaban muy irritables, muy reactivos, que consumían sustancias, etc. Y, además, con el tiempo empezaron a desarrollar ideas extrañas, ideas de tipo paranoide o experiencias bizarras relacionadas con aparatos electrónicos. Todos esos son síntomas tempranos que los padres de alguna manera dejaron pasar y no consultaron con especialistas. Algunos pensaron que eso era parte normal de la adolescencia o de la pandemia, de una separación parental o del estrés en la familia”.
Entonces, agrega la joven investigadora, “lo que esto busca es que las atribuciones que hagan los padres, las familias, los amigos o los mismos jóvenes, estén más cercanas a lo que realmente está pasando, o sea, que logren identificar que las ideas extrañas, las alteraciones sensoperceptivas sutiles, el aislamiento social o la irritabilidad extrema, son señales de que algo está pasando y, por lo tanto, hay que buscar ayuda y una intervención adecuada para ese momento, y no esperar a que eso se agrave al punto de que afecte la funcionalidad de la persona”.
La actualización de contenidos también apunta a colaborar con los equipos clínicos, para que los utilicen como complemento en sus prácticas profesionales. Por su lenguaje sencillo y no técnico, el equipo editorial aspira también a que esta guía llegue a la comunidad en general, especialmente para ayudar a desestigmatizar estos trastornos mentales, distorsionados por el cine, las noticias sensacionalistas y la desinformación, que etiqueta a las personas con psicosis o esquizofrenia como sujetos peligrosos, dice Mariel Labra, cuando “en realidad eso no es así, porque lo más frecuente es que las personas con esquizofrenia sufran de violencia, más que ejerzan violencia”.
Dr. Álvaro Jiménez, investigador joven de Imhay, es uno de los responsables de proyecto FONIS que desarrollará, evaluará y validará una guía de recomendaciones y un programa de formación en línea que busca mejorar las competencias de profesionales de la salud para acompañar a personas, familias o comunidades que han estado expuestas a una muerte por suicido.
En abril de este año, los/as integrantes del Núcleo Milenio Imhay, Álvaro Jiménez, Vania Martínez y Belén Vargas, participaron en la elaboración de un Policy Brief con recomendaciones para actualizar el Programa Nacional de Prevención del Suicidio del Ministerio de Salud. Entre las doce recomendaciones entregadas por los/as expertos/as, el documento incluyó una que apunta específicamente a cubrir un vacío: atender el complejo proceso de duelo que vive el entorno cercano de alguien que ha muerto por suicidio. Se les conoce como “personas sobrevivientes de suicidio”, y se estima que hay entre diez y veinte por cada persona que muere por suicidio, lo que equivale a unas 18 mil a 36 mil personas cada año en Chile.
“El duelo por suicidio es una mezcla de duelo y estrés postraumático. Es complejo, tiende a ser más prolongado y difícil de sobrellevar que el duelo tradicional”, afirma el psicólogo Álvaro Jiménez, investigador joven de Imhay y académico de la Universidad San Sebastián. Más aún: comenta que las personas sobrevivientes de suicidio tienen hasta tres veces más probabilidades de quitarse la vida en comparación con el resto de la población.
“Hay varias emociones involucradas, obviamente tristeza por la pérdida, pero también hay mucha culpa, porque el suicidio abre una pregunta e instala la incógnita del ‘por qué’. Muchas veces se hace incomprensible y esa pregunta no encuentra respuesta. Entonces aparece el ’Yo podría haber hecho algo para evitarlo ’; ’Si hubiera respondido esa llamada ’; ’Se acercó y no le escuché ’, etc.’ Y eso se transforma en una culpa que puede ser vivida, en algunos casos, de manera intensa y autoflagelante”, advierte el profesional.
Durante sus estudios doctorales en Francia, el Dr. Jiménez investigó los comportamientos autolesivos y suicidas en adolescentes y participó en un estudio para evaluar el sistema de contacto y seguimiento de pacientes tras el alta hospitalaria por intento de suicidio, lo que se conoce en prevención del suicidio como “continuidad de cuidados”. Con esa experiencia, el académico regresó a Chile para profundizar su trabajo en prevención, especialmente en población joven. Es ahí donde descubrió que las políticas públicas tenían un gran vacío, porque “hemos olvidado que pasan muchas cosas después de un suicidio, y que hay un entorno de personas y de comunidades que quedan afectadas”.
La postvención es un conjunto de acciones que se implementan tras una muerte por suicidio, con el objetivo de acompañar a personas, familias y comunidades afectadas. Su propósito es brindar apoyo emocional, facilitar el duelo, promover la recuperación de la vida cotidiana y gestionar la información relacionada con el suicidio de manera sensible y responsable. Además, busca reducir el riesgo de nuevos comportamientos suicidas en familiares o miembros de la comunidad, abordando sus necesidades emocionales. En este sentido, el Dr. Jiménez subraya que “la postvención es también una forma de prevención”.
No sólo las familias sufren, también los/as terapeutas
En su búsqueda para comprender mejor el fenómeno, el Dr. Jiménez participó en un proyecto para explorar el duelo por suicidio y para ello se entrevistaron a personas sobrevivientes de suicidio, profesionales de la salud y tomadores de decisión. Fue allí que comenzó una colaboración con la Fundación José Ignacio, ONG creada para acoger y otorgar contención y compañía a quienes están viviendo un duelo similar.
“En ese estudio, durante 6 meses, también realizamos una observación participante en un grupo de ayuda mutua. Fue bien complejo a nivel emocional, sobre todo cuando llega una nueva persona y comienza a relatar su experiencia. Ahí nos dimos cuenta de que este tipo de intervenciones no es para todas las personas porque, en algunos casos, hablar una y otra vez acerca del suicidio puede tener efectos retraumatizantes”, indica el investigador de Imhay.
Interesado en aportar a reducir esta brecha y basándose en la experiencia recogida, el Dr. Jiménez, también investigador de MIDAP, junto a un equipo de profesionales compuesto por las/os académicas/os Dra. Graciela Rojas (UChile/Imhay/MIDAP), Dra. Vania Martínez (UChile/Imhay/MIDAP), Dr. Daniel Núñez (UTalca/Imhay), Dra. Marta Silva (UACh/Imhay), Stefanella Costa (UDP/MIDAP) y Paulina del Río, directora de la Fundación José Ignacio, se adjudicó un proyecto FONIS para desarrollar el estudio “Desarrollo y evaluación de una guía de recomendaciones y un programa de formación en competencias para la intervención psicosocial con personas, familias y comunidades expuestas a una muerte por suicidio”.
El trabajo tiene como objetivo desarrollar una guía de recomendaciones para la postvención del suicidio a nivel individual, familiar e institucional-comunitario, así como evaluar un programa de formación orientado a dotar de competencias (conocimientos, habilidades y actitudes) a los profesionales de la salud que trabajan con esta población.
Uno de los grupos que recibe especial atención son los/as propios/as profesionales de la salud. “El suicidio de un paciente, no sólo afecta al entorno más cercano de éste, sino que también tiene un efecto en los/as mismos/as profesionales y equipos tratantes, sobre todo porque, si tienen pérdidas anteriores, con el suicidio de un paciente se reactivan y se van encadenando procesos de duelo pasados”, explica el investigador joven de Imhay.
Por otro lado, apunta el Dr. Jiménez, “también sabemos que los/as profesionales de la salud tienen una tasa de suicidio mayor a la población general, lo que se explica, en parte, por las condiciones laborales de alta demanda, que a veces resultan en largos turnos de trabajo, y por estar expuestos de manera constante al sufrimiento”.
Formarse en postvención del suicidio
Los contenidos tanto de la guía de recomendaciones como del programa de formación fueron validados mediante el método Delphi, un proceso de consulta que reúne a 28 expertos/as nacionales e internacionales en prevención y postvención del suicidio (investigadores, profesionales de la salud, sobrevivientes y tomadores de decisiones) para alcanzar un consenso en torno a una problemática común.
El Dr. Jiménez destaca que en este proceso han participado activamente personas sobrevivientes de muertes por suicidio. “Un desafío importante en la investigación sobre suicidio es la limitada inclusión de las perspectivas de personas sobrevivientes y personas con experiencia vivida. A pesar de que las políticas de salud promueven la inclusión de estas voces desde hace más de tres décadas, aún persiste una brecha importante. Su participación en programas de prevención y postvención ha demostrado ser valiosa para desarrollar iniciativas de apoyo, asegurando que las intervenciones se adapten a las necesidades de los destinatarios finales”.
Los contenidos del programa de formación serán adaptados a una plataforma en línea y evaluados con la participación de profesionales de la salud de tres regiones del país: Metropolitana, Maule y Los Lagos. “Luego, evaluaremos el impacto del programa en términos de cambios en conocimientos, de autoeficacia, de satisfacción, entre otros indicadores. También evaluaremos barreras y facilitadores para su implementación en contextos de salud pública. Y lo mejoraremos a partir de ese feedback”, concluye el investigador joven de Imhay.
Al finalizar el proyecto, la guía de recomendaciones y el programa de formación serán entregados al Departamento de Salud Mental del MINSAL para su difusión entre los equipos de salud a nivel nacional. De hecho, el Dr. Álvaro Jiménez y el Núcleo Milenio Imhay ya tienen experiencia en el desarrollo de este tipo de capacitaciones a través del curso Abordaje del Riesgo Suicida en Adolescentes y Jóvenes disponible en la plataforma Coursera y que puede ser cursado por cualquier persona interesada en aprender sobre este tema.
En el último capítulo del programa Tu Rumbo Verde del canal TV+ , el Dr. Álvaro Langer, Director Alterno del Núcleo Milenio Imhay y académico de la Universidad San Sebastián de Valdivia, fue entrevistado para conversar sobre los beneficios de los baños de bosque y el contacto de la naturaleza para mejorar la salud mental.
En el programa el académico señaló que «la investigación en los últimos años ha demostrado la relevancia que tiene el contacto con la naturaleza para las personas. Especialmente, beneficios a nivel psicológicos, por ejemplo, reducción de ansiedad, de estrés; y también mejoras a nivel psicofisiológico, como presión arterial o frecuencia cardíaca».
En la exploración de alternativas simples y al alcance de las personas, el año pasado el Dr. Langer junto a su equipo, realizaron un estudio pionero en Sudamérica donde evaluó el impacto de baño de bosque. Es decir, la exposición a espacios de bosque de una forma consciente, activando los sentidos; donde un grupo de estudiantes universitario caminó por el Arboretum de Valdivia 30 minutos y 15 minutos de contemplación. Mirando un espacio natural estando presente; y otro grupo, fue a la ciudad de Valdivia a realizar el mismo ejercicio y se sentaban a contemplar hacia la Municipalidad de Valdivia.
«Observamos que las personas que habían ido al bosque habían reducido su ansiedad en comparación al grupo de la ciudad. Un estudio piloto bastante exploratorio pero que pone sobre la mesa las posibilidades que hay en Chile de explorar esta relación entre la naturaleza y la salud mental», comentó el investigador.
«Muchas veces la gente piensa solo en lo verde, siempre piensa en el bosque. Pero lo que la investigación dice es que no es únicamente los espacios de bosque donde las personas encuentran beneficios para la salud. También son cuerpos azules como pueden ser los lagos o el mar, y también la naturaleza urbana. La potencia que tienen los parques también es algo que el último tiempo se ha puesto en relieve y es una posibilidad que todas las personas tienen a su alcance», agregó.
Ve el video a continuación:
En la actividad se estrenará en Chile el documental «Caminar Distinto», que explora el impacto transformador del arte en la salud mental de jóvenes de América Latina.
El Núcleo Milenio invita al conversatorio “Juventud construyendo bienestar”, espacio donde los mismos jóvenes conversarán acerca de la importancia de cuidar la salud mental y por qué es relevante abordar esta temática entre sus pares.
En la oportunidad, se proyectará el documental “Caminar distinto”, que da cuenta de un novedoso estudio multinacional que observó durante dos años el impacto de talleres de teatro, música y creatividad artística en el bienestar de jóvenes sudamericanos.
La obra audiovisual fue filmada como parte del programa de diseminación artística con Jóvenes Embajadores del People Palace Project enmarcado dentro del Proyecto OLA coordinado por la Queen Mary University of London.
“Caminar distinto” presenta las experiencias vividas por nueve jóvenes de Bogotá, Buenos Aires y Lima, quienes a través de diversas actividades artísticas alentaron a los jóvenes a involucrarse con los hallazgos preliminares del estudio de OLA, proyecto que buscó identificar las características y estrategias que ayudan a los y las adolescentes y jóvenes a prevenir y recuperarse de los problemas de salud mental, como la depresión y ansiedad.
Tras la exhibición del documental, se dará paso al conversatorio que tendrá como panelitas a adolescentes y jóvenes que representan a instituciones líderes en sus respectivos ámbitos.
Tiare Pavez
Estudiante de Auditoría de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Es una de las fundadoras del grupo de ayuda universitaria llamado “Manitos de Confianza”, organización de estudiantes comprometida con el cuidado y promoción de la salud mental, que trabaja para crear un ambiente de apoyo y comprensión en la comunidad estudiantil.
Luciano Pozo
Activista medioambiental que ha motivado a niños, niñas y adolescentes a cuidar la naturaleza y hacer que su opinión sea escuchada y respetada. Es integrante de LCOY Chile (Conferencia Nacional de Juventudes sobre el Cambio Climático).
Sebastián Pulgar
Estudiante de segundo medio del Instituto Nacional, establecimiento educacional público más antiguo de Chile.
La Dra. Alicia Figueroa-Barra, experta en lingüística, lidera proyecto Fondecyt para analizar las interacciones comunicativas de pacientes y delinear qué características presentan antes de que se manifieste una enfermedad psiquiátrica.
Independientemente del idioma que una persona hable, de su género o de su entorno cultural, el lenguaje está tan enlazado con su sistema cognitivo que cuando este último sufre alguna alteración, el otro también se afecta y muestra evidencias de aquel cambio. Estudiar, entonces, el proceso de una enfermedad mental desde este tipo de manifestaciones preclínicas puede aportar herramientas para un diagnóstico precoz y un trabajo preventivo.
Desde hace más de diez años, la lingüista Alicia Figueroa-Barra, directora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Sur de la Universidad de Chile e investigadora adjunta de Imhay, está dedicada a esta área. De hecho, obtuvo su Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, España, con la tesis ‘Análisis pragmalingüístico de los marcadores de coherencia en el discurso de sujetos con esquizofrenia crónica y de primer episodio’.
“Por ahí va mi interés en esta intersección cognitiva”, explica la Dra. Figueroa. “Primero, en cómo pensamos o cómo procesamos el lenguaje a nivel mental y luego, un paso más allá, qué ocurre con esa forma de pensar el lenguaje cuando una enfermedad mental grave como la esquizofrenia irrumpe en el cerebro, en la mente y en la conducta humana”.
En su aproximación a la salud mental desde la lingüística aplicada, la científica ha participado en equipos interdisciplinarios como el Laboratorio de Psiquiatría Traslacional – PSIQUISLAB de la Universidad de Chile; y el grupo de estudio LEPSI-UChile (Lenguaje, Psicosis e Intersubjetividad), donde es coordinadora.
Su proyecto Fondecyt de Iniciación entre 2019 y 2022 abordó el ‘Análisis de marcadores lingüísticos de Esquizofrenia en población con Estados Mentales de Alto Riesgo de Psicosis’; y este año obtuvo nuevamente financiamiento Fondecyt para investigar “Signos precoces del trastorno formal del pensamiento: Mapeando la funcionalidad de las interacciones comunicativas en Estados Mentales de Alto Riesgo Clínico (EMAR)”. El objetivo es evaluar la presencia de síntomas en el Trastorno Formal del Pensamiento y en cualidades de alineamiento interaccional, con miras a poder predecir psicosis en etapas tempranas.
“Como ya sabemos lo que ocurre con las personas que tienen este padecimiento diagnosticado, ahora lo que nos interesa es ir a mirar cuáles de esas características ya empiezan a delinearse cuando todavía no se enferman”, puntualiza la investigadora.
Posibles señales precoces
Una de las características de los pacientes que a esta investigadora le interesa estudiar es cómo desarrollan su lenguaje en un marco ecológico natural y de interacción con los demás.
“Generalmente, los sujetos que son muy jóvenes y que todavía no enferman, pero están cerca, son menos fluidos que las personas que ya tienen diagnóstico y que, a veces, se expresan muy rápido, sin siquiera respetar el turno de quien habla. Esto, porque en muchos casos, cuando la enfermedad avanza, hay una desinhibición y se pierde la capacidad para evaluar si el otro me importa o no. Eso es muy claro en este tipo de pacientes”, comenta.
Otras señales llamativas del lenguaje son la falta de coherencias referenciales o las pausas repentinas, sin esa cadencia descendente que es propia y natural de cuando alguien termina una frase o se detiene para respirar.
“Las que nosotros hemos descubierto se llaman pausas aberrantes y duran más de dos segundos. Pareciera que es muy poquito tiempo, pero si están instaladas en un lugar donde debería haber fonación, son una eternidad. Es decir, son claves muy sutiles y son anomalías que empiezan a ocurrir dentro del primer año de las manifestaciones psicóticas iniciales. Entonces, es un ámbito de harto interés, y yo creo que en la medida en que los profesionales clínicos también se entrenen en reconocer elementos del lenguaje, esto va a ser mucho más fluido también”, advierte la investigadora adjunta de Imhay.
Aplicaciones concretas
En este tipo de análisis del lenguaje, las herramientas de Inteligencia Artificial están siendo un gran aporte debido a su capacidad de recoger información, transcribir conversaciones grabadas y descubrir patrones.
“Si a eso tú le sumas algún tipo de medición prosódica, de la velocidad y una serie de cosas, ya tendrías una métrica casi en tiempo real, por ejemplo, en un paciente joven de quien tú tienes alguna sospecha que esté con algún problema de esta clase. Entonces, pensando en las aplicaciones basadas en la evidencia, se podría crear una APP de celular para que el tratante grabe y pueda realizar mediciones respecto al lenguaje empleado por el paciente. Claramente esto hay que contrastarlo con la labor clínica y ahí viene todo el trabajo que hacen los psiquiatras. Pero, sin duda, esto ayudaría mucho a acortar los tiempos de espera, de consulta y a precisar los diagnósticos”, comenta la investigadora.
Con los años, la evidencia científica ha desmentido que los hijos únicos sean egoístas, consentidos y dependientes como rasgo propio. Según expertos y estudios internacionales, la relación con los padres y el contexto familiar pueden incidir en sus personalidades al mismo tiempo que enfrentan las expectativas o la necesidad de compartir más con sus pares. Sobre este tema fueron consultados por la Revista Ya diversos expertos, entre ellos, el investigador doctoral del Núcleo Milenio Imhay, Dr. Juan Pablo del Río.
Hace cinco años, cuando Joaquín Garcés (17) estaba en séptimo básico y llegaba al departamento donde vivías en Las Condes, le preguntaba: ¿podría tener un hermano como la mayoría de mis compañeros de curso? Su madre, Karen Heisele – una ingeniera comercial de 39 años- nunca tuvo interés en un segundo hijo. A medida que Joaquín crecía, el vínculo entre ellos se hizo más estrecho y establecieron una rutina con la que ambos estaban cómodos. Mientras Heisele trabajaba, su hijo calentaba la comida que ella dejaba para él, jugaba con una Playstation que hoy a reemplazado con el uso del teléfono, y compartía con los amigos que para Joaquín eran lo más cercano a hermanos que tendría.
Ahora que ha crecido, la rutina del estudiante de cuarto medio ha sumado actividades deportivas, practica voleibol en el colegio y cada cierto tiempo se reúne con los amigos a jugar fútbol o comparte con sus compañeros de curso en las juntas que organizan.
-Cuando veía a mis amigos que tenían hermanitos, yo no tenía a nadie; pero con el tiempo se me pasó el deseo de tenerlos- dice Joaquín Garcés.
Las familias con hijos únicos es un fenómeno que cada vez es más común en Chile. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) consignadas en el anuario de estadísticas vitales en marzo de este año, la tasa global de fecundidad que muestra el promedio de hijos de una mujer es de 1,17, una disminución frente al 1,3 registrado en 2023. Este paso de familias numerosas a unas más reducidas, dice Montserrat Sepúlveda, Piscopedagoga de UC Christus, ha sido el marco donde se gesta un mito con una connotación negativa para los hijos únicos.
-Viene de una época donde las familias eran grandes, y se pensaba que al tener un solo hijo, éste iba a ser egoísta, antojadizo; un niño complicado al que le iba a costar relacionarse. Pero en la realidad esto tiene que ver con el tipo de educación que los padres decidan entregar. Los niños construyen su personalidad o afrontan sus emociones con base en lo que ellos observan en su familia.
Aunque los estudios en torno a los hijos únicos son varios, según un análisis publicado por la periodista científica Amanda Ruggeri en la revista británica New Scientist en agosto de este año, las diferencias entre hijos únicos e hijos con hermanos son mínimas. Sin embargo, hay investigaciones que -en muestras más acotadas de estudio- han determinado que quienes crecen sin hermanos pueden ser más independientes, creativos, con una mayor estabilidad emocional causada por vínculos más estrechos con sus padres. Aunque esto, para la psicóloga infanto-juvenil de la Clínica Santa María, Jennifer Conejero, dependerá de la pauta de crianza y el y el entorno con las características familiares propias.
La psicopedagoga Sepúlveda lo sintetiza:
-Ellos siempre serán el resultado de lo que uno decide formar.
El estereotipo
La idea de que los hijos únicos son narcisistas, egoístas, dependientes y egocéntricos fue planteada en 1896 por el psicólogo estadounidense Stanley Hall, basado en sus observaciones clínicas de pacientes que, en su mayoría habían crecido sin hermanos. Así lo plantea un estudio publicado en la revista de la American Psychological Association en septiembre de este año que desmiente el estereotipo y sostiene que estos casos podrían ser más bien signos de padres vigilantes y no una característica propia de los hijos únicos.
Asimismo, un estudio realizado por académicos de la Universidad of South Alabama, publicado en la revista Personality and Individual Differences, concluyó que no hay diferencias significativas entre hijos únicos y quienes tienen hermanos, especialmente en rasgos como el narcisismo o la arrogancia.
La terapeuta de salud mental Mariana lee (37) dice que cuando las personas saben que es hija única se sorprenden. Explica que muchos aún mantienen una idea preconcebida sobre estos, viéndolos como personas centradas en sí mismas, pero asegura que ese no es su caso. De hecho, dice ella, le habría gustado tener más hermanos. La primera vez que lo pensó tenía entre seis y siete años, jugaba a cocinar con papeles, construyendo ollas y cucharas cuando recuerda haber sentido que le habría gustado tener a alguien con quien interactuar en ese momento que no fuese un adulto.
Años más tarde cuando se plantea cómo hubiese sido haber tenido hermanos, piensan la experiencia de quienes la rodean sobre todo en su propia familia, y dice:
-Al ver la relación de mis hijos como hermanos, creo que es hermosa la complicidad y apoyo que se puede dar entre ellos, no todos los casos son iguales, evidentemente, pero me hubiese gustado vivir esa experiencia.
El caso de Mariana Lee representa una de las principales conclusiones del estudio publicado en 2019 por investigadores de la Universidad de Auckland (Nueva Zelandia) en el Journal of Personality Research, donde se establecía que la personalidad no está determinada por la presencia o ausencia de hermanos. Y pese a que los hijos únicos no son egocéntricos ni consentidos por defecto, aún persisten los esterotipos negativos.
Este fenómeno es explicado por Stefanella Costa, psicóloga e integrante del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap)
-En el sentido común y en las creencias populares, todos creemos que influye el ser hijo único, y es un modelo explicativo al que recurrimos rápidamente para entender la conducta. Pero son explicaciones que se basan en sesgos de confirmación y atencionales – explica la investigadora. Esto se manifiesta cuando se cae en la generación al enfocarse en el parecido de los hijos únicos, mostrando un sesgo cognitivo. Una característica que, para la profesional, todos los seres humanos tienen y que se aplica en distintas circunstancias cuando se necesita entender el origen de la conducta o la personalidad de una persona. Pero ser hijo único, por si solo, no basta para explicar estos fenómenos.
Los desafíos
A sus 36 años, Carmen Yáñez fue hija única en un momento en que no era común. Dice que tanto en el colegio como en sus posteriores trabajos acostumbraba a responder la pregunta sobre si quería hermanos, pero nunca sintió la necesidad de tener esa compañía. Yáñez, quien se desempeña como cuidadora de residencia para personas en situación de discapacidad, confiesa que siempre le gustó ser hija única por la atención que recibía de sus padres y abuelos, con quienes vivió durante su infancia. Sin embargo, cuenta que debido a esa misma atención, su madre siempre quiso que ella destacará en presentaciones, bailes, entre sus compañeros. Pero lo que Carmen Yáñez más recuerda es la sobreprotección.
-Ella siempre estuvo encima de mí, tratando de solucionar todos los problemas que se me presentaban. En el colegio, si había actividades que me complicaban o no entendí, ella hablaba por mí con los profesores. Tampoco salía sola, ni siquiera comprar cerca de la casa, porque a mi mamá y a mis abuelos les daban miedo que me fuera a pasar algo -relata ella. Este actuar se mantuvo hasta la enseñanza media, cuando de improviso su mamá le dio el espacio que necesitaba para enfrentar sus problemas y miedos. Sin embargo, para Yáñez la sobreprotección la volvió más tímida y un poco retraída, lo que dificultaba que pudiera socializar con sus pares.
Según el estudio publicado en el American Psychological Association, los hijos únicos no presentan diferencias significativas con quienes crecieron con los hermanos. Aunque sí reconoce la existencia de desafíos que son más propensos a enfrentar: la sobreprotección, las expectativas familiares, los espacios, socialización, entre otros.
Para el psiquiatra Juan Pablo del Río, académico del Departamento del Psiquiatría y Salud Norte de la Universidad de Chile e investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes Imhay, allí se presenta uno de los principales retos.
-Hay ciertos desafíos a los que los hijos únicos van a estar enfrentados al momento de su desarrollo. Y hay que buscar instancias de socialización que ayuden a un correcto desarrollo socioemocional.
El psiquiatra del Río menciona que la importancia de la participación en talleres de habilidades, pero que sean grupales, desde música hasta deportivos, para que se produzca el “roce social”. Así lo hizo Karen Heisele con su hijo Joaquín, el adolescente de 17 años. Desde que tenía un año y medio, primero ingresó al jardín infantil y más tarde sumó actividades como la práctica del vóleibol, permitiéndole tener más facilidades a la hora de vincularse con sus pares.
Asimismo, tomando en cuenta el avance de la tecnología, el psiquiatra del Río plantea una oportunidad para enfrentar el desafío de la socialización, aunque con cautela.
-Las nuevas tecnologías permiten que estos chicos, que a veces están más aislados en sus casas, interactúen con grupos grandes de personas, generen comunidades o redes que pueden ser un apoyo para ellos. Pero se debe tener en mente que en ningún caso esa comunidad reemplaza el dinamismo que es propio del mirarse cara a cara.
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Investigadora del Núcleo Milenio Imhay, experta en control de gestión, aporta su experiencia al resto del equipo para evaluar proyectos de intervención en salud mental, analizando su gestión y costo-efectividad.
Cuando la directora de Imhay, Dra. Vania Martínez, leyó en 2021 un artículo sobre equidad de la salud realizado por Alicia Núñez, académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, decidió invitarla a integrar el equipo de nuestro Núcleo Milenio. Era importante contar con la experiencia de esta ingeniera en sistemas de información y control de gestión.
El trabajo que llamó la atención del equipo Imhay se basaba en un par de encuestas que realizó la Dra. Núñez a un grupo de usuarios para explorar sus percepciones sobre las barreras de acceso a la salud y qué programas priorizarían para solucionar estos obstáculos. Todo ello basado “en una participación comunitaria, donde los mismos pacientes indicaron en qué se debería invertir para mejorar las barreras de salud detectadas por la población”, explica la investigadora.
Esas encuestas y sus análisis permitieron que la investigadora planteara recomendaciones en términos de inversión en infraestructura, pero sobre todo en comunicación y difusión. “El nivel de desinformación que la gente declaraba era muy grande con respecto a los programas de atención de salud que se daban a nivel de gobierno”, recuerda la Dra. Núñez.
“Una de las barreras más mencionadas por los consultados fue el ‘no le entiendo al doctor’. Entonces, el rol de la contraparte de comunicar bien hacia los pacientes es vital. También tenemos que evitar un aspecto cultural: el estigma y la discriminación. Hay que empezar a ver de qué manera se van a trabajar estos temas porque los cambios culturales son difíciles y lentos”.
Ya en su época de estudiante de pregrado los temas de salud atrajeron a esta académica del Departamento de Control de Gestión y Sistemas de Información de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Tanto así que hizo un Magíster en Finanzas con una tesis centrada en un sistema de costeo específico para el área cardiovascular del Hospital Clínico de la U. de Chile. Luego se fue a Estados Unidos, donde cursó el Doctorado en Salud Pública en la Universidad Estatal de Oregón, y desde entonces ha enfocado su trabajo en esta área.
Sus principales investigaciones han sido el Proyecto Fondecyt «Un Modelo para Medir el Acceso a la Atención de Salud»; el Fondef «ABC de la Salud: una herramienta para mejorar la gestión y la evaluación del desempeño en los hospitales públicos»; y el Fondef «Modelos y Herramientas para el Control de Gestión en la Atención de Salud».
“Dentro de gestión existen sistemas que son complejos y para nosotros uno de los más difíciles es el área de la salud, porque hay muchos factores que se deben coordinar: el tamaño, las especialidades y las patologías que pueden necesitar atención”, explica la académica e investigadora principal de Imhay.
A eso se suman los problemas propios de la red pública de atención que, a su juicio, no trabaja al ciento por ciento, no está bien integrada en términos de gestión y, en muchas ocasiones, les falta capacitación en temas administrativos.
“A esta altura, al llegar a un hospital, se esperaría ver que no estén trabajando todavía con documentos en papel que se los pasan de mano en mano, o que no existan codificaciones, o incluso la forma en que tratan sus insumos”, explica la académica. “Contar con sistemas de control de gestión por ejemplo, con indicadores, realizar mediciones en base a metas, no es algo tan usual. Entonces, todo eso provoca que los sistemas no funcionen de la mejor forma. La manera en que funciona nuestro sistema de salud hoy en día, donde tenemos dos esquemas de financiamiento – Fonasa e Isapres- nos ha generado brechas enormes que va a costar subsanar. Si bien estamos hablando de un tránsito a salud universal, cuesta llegar a ello”.
Gestión y salud mental
Apenas se integró al equipo del Núcleo Mileno Imhay, la Dra. Núñez decidió realizar un primer análisis para comprender qué áreas de la investigación en salud mental se privilegiaban en Chile y cuáles no. Fue así que un grupo de investigadores/as de nuestro centro de investigación junto con el experto indio y profesor emérito de la Universidad de Illinois, Dr. Arkalgud Ramaprasad, “mapeamos la literatura existente y vimos que había limitado foco en investigar respecto a prevención, tratamiento y rehabilitación en salud mental; que existían condiciones mentales que eran ampliamente investigadas, sin embargo, había escasa investigación en temas como trastorno afectivo bipolar, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos disociativos y estigma, entre otros. Y que la mayoría de los estudios se enfocaban en la población urbana y pocos estudios en población minoritaria o vulnerable”.
En virtud al nexo profesional con el Dr. Ramaprasad, Alicia Núñez y los investigadores de Imhay Dra. Vania Martínez y Marcelo Crockett, fueron invitados a colaborar con un policy brief para el grupo de trabajo que India estableció para discutir las Metas de Desarrollo 2030 de la OMS.
“Hicimos recomendaciones de cómo se debería trabajar la salud digital, sobre todo en salud mental. Por ejemplo, si uno va a hacer salud digital, no puede pensar en que la persona solamente va a tener atención digital, sino que también debe haber acciones presenciales complementarias y considerar las barreras que van a existir con la salud digital. Uno tiene que asegurar una buena calidad en conexión, que no exista una fatiga de los profesionales de la salud; o asegurar la seguridad de los datos que se van a manejar”.
Dado que el análisis de costo-efectividad en salud es uno de los puntos fuertes del trabajo de la Dra. Núñez, hay un gran interés en los demás investigadores de Imhay por contar con su apoyo para que sus proyectos de intervención puedan escalar y diseminarse.
“Todos los estudios que nosotros hacemos sobre barreras o costo-efectividad, son un aporte clave para poder indicar, en base a la evidencia, en qué se puede invertir o no en términos de políticas públicas y saber si dicha inversión será efectiva. Se trata de un tema relevante, porque sabemos que los recursos son escasos y hay que asignarlos de la mejor manera posible”, concluye la investigadora.
Hoy en día, el celular es mucho más que un simple dispositivo; se ha convertido en una extensión de nosotros mismos. Según un informe de DataReportal, en 2024, 5680 millones de personas utilizan un celular en todo el mundo, lo que representa el 70 % de la población global. En este episodio, el programa «Cómo te afecta» de Deutsche Welle en español, exploraron cómo el uso excesivo de smartphones impacta nuestra salud física y mental, y para ello fue entrevistado el investigador principal de Imhay, Dr. Jorge Gaete.
Pasamos horas en nuestros smartphones: desde que despertamos hasta que nos vamos a dormir. Según un estudio de la plataforma Nomophobia, que encuestó a más de 3000 personas en América Latina, un 77 % de los encuestados aseguró que lo primero que hace al despertarse es mirar su teléfono. Un 84 % revisa su celular antes de irse a dormir.
De acuerdo al Dr. Jorge Gaete, psiquiatra, académico de la Universidad de los Andes e investigador principal de Imhay, el uso excesivo del celular puede causar un deterioro en el funcionamiento de las personas cuando comienza a afectar su desempeño en general, por ejemplo, el rendimiento académico o las actividades escolares o laborales habituales.
Al respecto, indica que “Cuando tú empiezas a reemplazar actividades o el hecho de que prefieras cierto tipo de actividad en vez de otras que pueden ser saludables, por ejemplo, el juntarte con amigos en persona, y lo empiezas a limitar por el uso de actividades más bien virtuales, el no hacer deporte y tener una conducta más bien sedentaria, empieza a afectar tu vida, tu funcionamiento físico en general”.
Otro de los efectos que puede causar el uso de teléfonos celulares dice relación con la luz emitida por los aparatos electrónicos, la que puede provocar problemas en el ciclo del sueño. Sobre ello, el Dr. Gaete indica que “esta generación de adolescentes, de acuerdo a los reportes que tenemos en los últimos 100 años, es la generación que menos horas duerme y, el sueño, sabemos que es un elemento tremendamente importante para la salud física y mental en general”.
Ve el reportaje completo de DW en español, a continuación:
El Dr. Nicolás Libuy, investigador joven de Imhay, analizó los resultados de un estudio que buscó conocer las condiciones que pueden generar o prevenir el uso de sustancias en adolescentes, involucrando a los principales actores de la comunidad: jóvenes, sus escuelas y familias. Se trata de la primera aplicación adaptada del programa islandés Planet Youth en Latinoamérica, que exploró cuáles son los factores de riesgo y los factores protectores en la realidad concreta de las comunas participantes.
Cuando el médico psiquiatra Nicolás Libuy realizó su Doctorado en Psicoterapia, programa de postgrado impartido en conjunto por la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica de Chile, decidió profundizar en el tema de la prevención del consumo de sustancias en adolescentes, temática que ya era de su interés desde hace un tiempo.
“La transición a la adultez, en general, es una etapa clave en la psiquiatría y salud mental. En este periodo de la vida empiezan a manifestarse ciertas características relacionadas a problemas de salud mental y, además, es una etapa vulnerable, porque puede ser el inicio de algunos trastornos psicológicos. Sin embargo, también se presentan oportunidades, ya que es un momento crucial para prevenir y eso puede tener un impacto positivo en el bienestar de las personas en la adultez”.
Por eso, para su tesis doctoral eligió analizar la aplicación en Chile de un modelo de prevención de consumo de sustancias en jóvenes, basado en un programa que se creó en Islandia, y que por primera vez estaba probándose en Latinoamérica. Se trata de Planet Youth, intervención desarrollada hace un par de décadas en ese país europeo a partir del trabajo que hizo en 1997 un grupo de cientistas sociales, tomadores de decisiones y profesionales que trabajaban con jóvenes. En la década de los 90 el consumo de drogas en Islandia estaba en aumento, y gracias a que identificaron los factores sociales detrás del problema, crearon una estrategia basada en la movilización y colaboración entre diversos actores de la comunidad. Luego de diez años de aplicación consiguieron reducir el consumo de alcohol en jóvenes de 10° grado -equivalente al 2° Medio de Chile- de 38% a 20%; el de tabaco, de 21% a 10%; y el de marihuana, de 13% a 7%.
“Este programa hace un diagnóstico del consumo y la salud mental en general, pero los factores relacionados con el uso de sustancias de los jóvenes son a nivel local, ya sea la comunidad-colegio o la comunidad-barrio”, explica el Dr. Libuy. “Por otra parte, también se otorga un feedback oportuno a las comunidades, es decir, una vez que se levanta la información respecto del consumo y de los factores relacionados, rápida y oportunamente se transmiten los resultados del estudio a los actores importantes: profesores, apoderados, equipos de prevención, de salud y educacionales”.
Gracias a un convenio suscrito entre el Icelandic Centre for Social Research and Analysis (ICSRA), la Universidad de Chile y seis municipalidades de la Región Metropolitana, a partir de 2018 se replicó la experiencia sobre un universo de 7538 estudiantes de 125 colegios. Se hizo una encuesta inicial y otra en plena pandemia, en 2020, que mostró una reducción en el consumo de alcohol de 79,8% a 70%, y de marihuana de 27,9% a 18,8%. Los factores de riesgo que también disminuyeron fueron el estar fuera de la casa después de las 22 horas, y el consumo de alcohol y marihuana entre los amigos.
“Yo hice mi tesis del Doctorado en Psicoterapia en base a estas investigaciones. Y exploramos cómo hubo modificaciones de las prevalencias de consumo, en los factores de riesgo y protección asociados al consumo; y también estudiamos cualitativamente cómo fue recibido por parte de los participantes”, explica el investigador joven de Imhay.
Más allá de los cambios en las conductas de las personas, el estudio piloto aplicado en Santiago reveló la importancia de incorporar modificaciones al entorno donde se desenvuelven los jóvenes, especialmente la integración de las labores preventivas.
“Era necesario sincronizar, por ejemplo, los esfuerzos que se hacen desde educación, desde seguridad pública, desde el ámbito más recreativo, desde los apoderados y, por supuesto, considerar los intereses de los propios adolescentes. Y eso es lo que se ha hecho. Además, en el proyecto se ha involucrado a los padres haciendo énfasis en el rol de la parentalidad y reforzando los factores que los protegen del consumo de sustancias”.
Marihuana y esquizofrenia
El Dr. Nicolás Libuy trabaja actualmente es académico de la Universidad del Desarrollo. Mientras cursaba el doctorado, conoció a la directora de Imhay, Dra. Vania Martínez, y se incorporó a nuestro centro de investigación como investigador joven.
Su veta científica nació con la práctica clínica, porque, según indica, en salud mental “hay más preguntas que respuestas y eso es un incentivo para la investigación”. Más aún cuando la literatura entrega información de otras poblaciones, lo que motiva a hacer ciencia “con nuestro entorno, con aspectos más bien culturales, sociales, demográficos y otras características más específicas. A veces puede haber hipótesis o teorías respecto de algunas cuestiones relevantes de la salud mental a nivel global, pero uno se pregunta, ‘bueno, ¿cómo funciona eso en nuestra propia realidad?”.
Motivado por el problema de las adicciones en jóvenes, el Dr. Libuy decidió explorar la relación entre el consumo de marihuana y el desarrollo de psicosis como la esquizofrenia. De esta forma, encabezó un equipo que evaluó datos de 22 mil pacientes chilenos en tratamiento por abuso de sustancias.
“Encontramos una asociación relevante y realizamos una de las primeras publicaciones en esa línea”, explica el investigador. De hecho, el estudio comprobó que la prevalencia de esquizofrenia entre los consumidores de cocaína fue de 1,1%, pero entre los consumidores de marihuana llegaba hasta el 5,2%. Lo mismo con los trastornos del ánimo: 9,3% para uso de cocaína, y 13,2% para consumo de marihuana.
En la década del 2010 los datos a nivel mundial ubicaban a Chile como uno de los países con más alto consumo de marihuana entre los adolescentes. Las encuestas del SENDA mostraban un alza desde 13,6% en 2003 hasta 31,3% en 2017, con un quiebre al alza a partir del 2011. Al revés, el uso de alcohol y tabaco fue decreciendo en el mismo período.
Eso llamó la atención del psiquiatra, que decidió investigar cuáles factores estaban relacionados con el mayor consumo de marihuana.
“Algunos tenían que ver, sobre todo, con el consumo entre los pares. La adolescencia es una etapa sensible de la vida en la cual el comportamiento de los pares o el ambiente social es muy importante para el propio comportamiento. También existen otros aspectos que dicen relación con la baja percepción de riesgo que existe en torno al consumo de marihuana entre los jóvenes, y el rechazo de los padres al uso de cannabis en sus hijos”, explica el Dr. Nicolás Libuy.
Ahora ¿qué provocó el notorio aumento en Chile a partir de 2011? De acuerdo al profesional, la investigación no estableció aspectos causales. “Uno puede tener hipótesis y dentro de ellas, efectivamente, a partir de esa época hubo algunos cambios, no solo a nivel nacional, sino regional. Por ejemplo, empezó a surgir la experiencia de Uruguay en torno a una apertura del consumo de marihuana. Y esto se percibía, tanto en medios de comunicación como en el ambiente en general, en una baja en la percepción de riesgo, por lo que lo incluimos con uno de los factores asociados a un mayor consumo de esta sustancia”, concluye el investigador de Imhay.
DIRECCIÓN
Profesor Alberto Zañartu n°1030
Independencia, Santiago de Chile
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