La etapa universitaria es un periodo crítico en los problemas de salud mental de los jóvenes. Considerando que las instituciones de educación superior no son comunidades terapéuticas, ¿qué pueden hacer ante este grave problema que nos interpela? Un paso central es acabar con el estigma asociado a la salud mental, el que provoca el silencio de los jóvenes afectados y les impide a muchos acceder a la ayuda que ya existe. Los autores destacan además, que buscar soluciones a este problema no disminuye el nivel de excelencia académica. “Todo lo contrario, una mejor salud mental tiene un impacto significativo en el rendimiento y productividad de los estudiantes”.
“En la semana nos revientan con controles. El fin de semana nos reventamos en los carretes”. Así caracteriza un estudiante los vaivenes de la salud mental universitaria.
Los datos muestran que esa etapa aparecen o se agudizan muchos problemas de salud mental (ver columna anterior). En consecuencia, algunas federaciones estudiantiles han reclamado un aumento de psicólogos y psiquiatras en las unidades de bienestar estudiantil. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las universidades son comunidades académicas, no instituciones sanitarias. Aun cuando mejore sustancialmente la oferta asistencial, difícilmente las universidades podrán disminuir las tasas de prevalencia o sustituir la atención que ofrecen los servicios de salud especializados. Por lo tanto, en lugar de intentar remplazar los servicios existentes, resulta más eficaz mejorar los vínculos y la comunicación entre las universidades y los servicios locales, de manera de facilitar la derivación de los casos de mayor complejidad.
¿En qué ámbito pueden avanzar las instituciones de educación superior?
Muchos estudiantes que presentan problemas de salud mental son reacios a divulgarlos y a solicitar ayuda. Una de las razones de ese silencio es el temor a la posible discriminación que pueden sufrir en sus vidas universitarias. Pese a que amplios sectores de la población cargan con estos problemas, aún persiste la idea de que se trata de exageraciones que se podrían resolver con carácter y disciplina, como lo expresó recientemente el Presidente de la República: “Hoy a los niños los mandan al psicólogo, les dan todo tipo de medicamentos… sobre diagnosticados. En mis tiempos, oiga, una patada en el traste y era el mejor y santo remedio. Y, además, gratis”.
En un contexto cultural donde muchas personas piensan de este modo, es necesario comenzar por la puesta en marcha de campañas de sensibilización y actividades que reduzcan el estigma asociado a los problemas de salud mental. Y ello, porque estos prejuicios contribuyen a reforzar las barreras en la búsqueda de ayuda y en el uso de los servicios de salud estudiantiles [ver estudio].
Otro aspecto en el que pueden avanzar las instituciones de educación superior es en el desarrollo de sistemas de detección temprana de casos críticos. Se lleva a cabo mediante un monitoreo automatizado del rendimiento académico, así como fortaleciendo los programas de asesoramiento y apoyo para los estudiantes, como lo están haciendo algunas facultades en la Universidad de Chile [ver estudio].
Respecto a la detección temprana, es posible poner a disposición del personal universitario (académicos, tutores, personal de seguridad) información pertinente en materia de identificación de signos iniciales de problemas de salud mental y detección de conductas de riesgo.
Cuando los estudiantes se retiran o son suspendidos de los cursos, como resultado de dificultades de salud mental, se deben hacer todos los esfuerzos para ayudarlos tanto en su transición fuera de la institución como en la reanudación de sus estudios. Es posible desarrollar sistemas de apoyo adicionales para las personas con dificultades de salud mental mediante programas de mentores o apoyo de pares, lo cual ha demostrado ser efectivo en la reducción de síntomas ansiosos y depresivos [ver estudio].
La literatura científica internacional describe distintos programas que han demostrado ser efectivos para reducir el estrés, los síntomas ansioso-depresivos y las dificultades interpersonales [ver estudio]. Estos programas intervienen en distintos niveles: promoción de la salud y la prevención universal (programas que apuntan a crear entornos que propicien comportamientos y estilos de vida saludables, como hábitos de alimentación o higiene del sueño), detección temprana de síntomas, intervenciones para prevenir el uso problemático de alcohol y drogas, e intervenciones focalizadas en grupos de riesgo o en personas que presentan problemas subclínicos.
Entre los programas disponibles, además de las intervenciones presenciales o cara a cara (técnicas de relajación, manejo del estrés, entrenamiento de habilidades socio-emocionales, mejora de la autopercepción, psicoterapia, mindfulness), existen cada vez más intervenciones basadas en tecnología digital (plataformas web o apps que permiten realizar autoevaluaciones y apoyar el trabajo presencial con profesionales de la salud) [ver estudio], un lenguaje indispensable para relacionarse con los jóvenes de hoy.
Las actividades de promoción y prevención en salud mental deben ir más allá del diagnóstico, pero también más allá de la salud mental. Además de fomentar actividades deportivas y espacios de sociabilidad que acompañen las tareas habituales de los estudiantes, es importante implementar “currículos saludables”, logrando una coherencia entre los créditos de los cursos y la carga real que estos tienen.
La experiencia internacional muestra que para lograr efectos sistémicos y sustentables en el tiempo, las estrategias clásicas centradas en el desarrollo de habilidades personales deben combinarse con medidas que impacten sobre el entorno universitario en sus aspectos materiales (entorno construido), organizacionales y académicos. Esto incluye, por ejemplo, cambios en el diseño curricular en términos de carga de trabajo, organización de cursos, sistema de enseñanza y estrategias de evaluación [ver estudio].
De hecho, las intervenciones de promoción de la salud que muestran mayor impacto se relacionan con estrategias en el aula y plan de estudios. Esto incluye la integración de temas de salud y bienestar en los programas académicos con el objetivo de cambiar actitudes y comportamientos o la diversificación de técnicas pedagógicas (aprendizaje basado en problemas, estudio de casos, simulación de escenarios) [ver estudio]. Asimismo, los programas de nivelación académica que ya implementan algunas universidades con sus estudiantes que ingresan mediante cupos de equidad deben continuar y ser reforzados.
Por cierto, estos cambios no se asocian necesariamente a una disminución de los niveles de rendimiento y excelencia académica. Todo lo contrario, una mejor salud mental tiene un impacto significativo en el rendimiento y productividad de los estudiantes [ver estudio].
En Chile podemos aprender bastante de las buenas prácticas que se han desarrollado en el extranjero. Por ejemplo, en el Reino Unido las autoridades universitarias deben consultar y colaborar con los sindicatos de funcionarios y asociaciones de estudiantes al momento de identificar áreas de mejora o aplicar políticas de salud mental. Asimismo, algunas universidades ponen a disposición del personal un programa de formación en diferentes temáticas ligadas a la salud mental, protocolos de acción que definen vías claras de acceso a los servicios para aquellos estudiantes que decidan buscar ayuda, así como protocolos de respuesta frente a situaciones de crisis [ver guía de universidades británicas].
Nuestras universidades deben avanzar en el diseño de intervenciones adaptadas a la realidad local. En ello puede contribuir la evidencia ya generada por investigadores nacionales, pero también es crucial la colaboración de las federaciones de estudiantes. Estas intervenciones deben ser diseñadas según un modelo multinivel de promoción, prevención, detección e intervención. En los casos más severos la oferta de tratamiento debe ser escalonada (organizada por nivel de gravedad) y en coordinación con los equipo de salud general.
Las universidades tienen el desafío y la oportunidad de implementar programas que permitan compatibilizar la formación académica con el bienestar de sus estudiantes. En el actual periodo de inducción a los nuevos alumnos, es posible avanzar en la identificación de las personas en alto riesgo de presentar trastornos mentales para ofrecerles respuestas oportunas al comienzo de sus carreras, así como entregar información sobre los centros de apoyo y acompañamiento institucionales.
Los problemas de salud mental son complejos y multi-causales. Necesitamos la imaginación y compromiso de todas las comunidades universitarias para ofrecer soluciones sustentables.
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