Nuestro investigador, Álvaro Jiménez, junto a Verónica Cabezas, del Núcleo Milenio en Desarrollo Social (DESOC) y Marigen Narea, del Centro Justicia Educacional, se refieren a cómo el nuevo escenario que estamos viviendo en contexto de pandemia profundiza las brechas educativas y podría traducirse en un desgaste importante a nivel personal, familiar y comunitario. En efecto, esta crisis añade un nuevo estresor al trabajo de los profesores.
Hoy, el 60% de la población estudiantil mundial (UNESCO 2020) y más de 60 millones de docentes están fuera de las escuelas debido a la pandemia, con el evidente impacto en la enseñanza tradicional que ha girado hacia la educación a distancia. Ésta, da continuidad al aprendizaje en un contexto de emergencia, contribuye a restaurar una estructura e instaurar una rutina para los niños, niñas y adolescentes, les permite mantener vínculos significativos y generar sentido de pertenencia a su comunidad educativa. Elementos que pueden cumplir un rol protector sobre su salud mental en medio de la incertidumbre. Sin embargo, en la transición, los docentes, educadores y directivos han debido ajustar sus prácticas y estrategias para mantener el vínculo con sus estudiantes y monitorear el proceso de aprendizaje, metas para las que no necesariamente están capacitados. Además, muchos no cuentan con herramientas (computador, espacio adecuado para trabajar, buena conexión a internet) ni infraestructura para sostener el aprendizaje en línea.
El nuevo escenario profundiza las brechas educativas y podría traducirse en un desgaste importante a nivel personal, familiar y comunitario. En efecto, esta crisis añade un nuevo estresor al trabajo de los profesores.
Una encuesta nacional de Elige Educar a 7.187 docentes, educadores y directivos de todos los niveles de enseñanza muestra que un 63% de los encuestados considera que ahora trabaja más o mucho más que en su jornada habitual. Un hecho que afecta más a quienes trabajan en colegios particulares y más a las mujeres que a los hombres (66 vs 54%) y en mayor medida a aquellas que tienen hijos menores de 7 años, porque deben conciliar labores docentes y de cuidado. El 53% declara sentir estrés y el 52% ansiedad, ambas, respuestas naturales a las exigencias del entorno que pueden producir efectos desfavorables en su bienestar psicológico y deteriorar sus capacidades cognitivas (memoria, concentración, actividad reflexiva) para sostener el proceso de enseñanza.
Si las y los docentes no cuentan con un bienestar psicológico básico durante la pandemia es un problema, porque es una condición necesaria para asegurar un proceso de enseñanza efectivo y, a la larga, proteger la salud mental de los estudiantes. ¿Qué medidas están implementando las instituciones educativas para apoyar la salud mental y bienestar de sus docentes, educadores y directivos? ¿Cuentan con herramientas para ello? ¿Hay planes de apoyo para el retorno a clases presenciales? Aún estamos a tiempo para idear programas y políticas centradas en su bienestar psicológico, junto con entregarles contención y enseñarles herramientas útiles no solo para contener y acompañar a otros, también para sobrellevar bien esta nueva modalidad de enseñanza. Para así proteger el bienestar docente y ayudarlos a llevar a cabo su labor educativa.
Verónica Cabezas, Núcleo Milenio en Desarrollo Social (DESOC), Fac.de Educación UC.
Álvaro Jiménez, Núcleos DESOC e Imhay, Facultad de Medicina UChile.
Marigen Narea, Centro Justicia Educacional, Escuela de Psicología UC.
DIRECCIÓN
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