Moviliza a las y los estudiantes, es motivo de discusión en la sobremesa, asunto de artículos periodísticos, de seminarios y mesas de trabajo, entre otros muchos espacios. Si bien se mantuvo latente hasta hace algún tiempo, la salud mental estudiantil ha emergido como un tema relevante, especialmente en las comunidades universitarias. Para profundizar en esta materia y en los desafíos particulares de la transición de la educación secundaria a la superior, la psiquiatra y directora de Imhay, Vania Martínez y el psicólogo Gonzalo Gallardo compartieron sus conocimientos y opiniones en la primera jornada de formación de profesoras y profesores coordinadores de primer año de la Universidad de Chile.
Un tercio de quienes ingresan a la educación superior tienen antecedentes de problemas de salud mental. El 75 por ciento de estos se inician antes de los 24 años y esta etapa del desarrollo conlleva en sí cambios a nivel social como mayor autonomía, responsabilidades y relaciones románticas. En las y los universitarios los síntomas de depresión y ansiedad son más frecuentes. A esto se suman los trastornos comunes y consumo problemático de alcohol y drogas. Estos fueron algunos de los datos de contexto que comentó Vania Martínez, directora del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), en el marco de la primera jornada de formación de profesoras y profesores coordinadores de primer año de la Universidad de Chile.
“A veces el foco está en la carga académica, sin mirar otros factores”, describió la experta, visualizando que los problemas de salud mental, que cada vez se presentan más precozmente, son multifactoriales y generan más preguntas que respuestas.
En el contexto universitario, ¿qué pasa con la formación docente, las relaciones entre académicos y estudiantes o entre estudiantes, la salud mental de docentes y funcionarios?, ¿contribuyen los espacios físicos?, ¿existe fomento de la actividad física y la alimentación saludable?, preguntó la especialista, aclarando que hace falta mayor investigación de calidad para hacer intervenciones pertinentes.
“Los estudiantes piden más profesionales, pero no es la única solución ni es una solución total”, dijo. Más allá del número de profesionales, existen barreras para la búsqueda de ayuda, siendo más importantes las actitudinales, muchas veces basadas en prejuicios, que las estructurales, señaló Vania Martínez. Por ejemplo, estereotipos que no permiten distinguir la sintomatología, una percepción de que pedir ayuda es signo de debilidad, no querer dar lástima, preocupar a otros o el rechazo al tratamiento farmacológico por temor a los efectos secundarios o el sentimiento de que no es un cambio genuino.
De todas formas, “hoy es más legítimo decir, tengo un problema” y eso es bueno, indicó el psicólogo Gonzalo Gallardo, coordinador del Observatorio de la Juventud de la Universidad Católica, quien se centró en los particulares desafíos de la transición de la educación media a la educación superior, lo que a veces implica múltiples transiciones. Al entrar a la universidad se está eligiendo un camino, pero no se sabe en qué va a terminar y eso puede generar angustia. Esta transición vital supone un antes y un después, es un proceso complejo y desafiante, cuyos resultados no dependen exclusivamente de las y los estudiantes, sino que también de la institución, puntualizó el académico. Existen desafíos comunes, pero no todos los estudiantes están en igualdad de condiciones para enfrentarlos, así, la angustia se distribuye desigualmente. Si sabemos eso y no hacemos nada, somos parte del problema, enfatizó.
De acuerdo a distintos estudios y lecturas del equipo que lidera Gallardo, existen siete desafíos comunes a todos los universitarios y universitarias. “Cambiar y ser el mismo o misma en el proceso” es el primero. Al entrar a la universidad se vive una síntesis identitaria, se adquieren nuevos textos para poder contar quién soy y mientras más distinto es el contexto previo, se pueden producir más conflictos. Por otro lado, se pone a prueba el proyecto de vida y la opción vocacional; “ahí los profesores de primer año son importantes”, dijo el psicólogo. Deben además, desarrollar nuevas redes sociales de apoyo, confianza e intimidad en la educación superior, enfrentar nuevas formas de exigencia académica y aprender a pensar más allá del sentido común, poner a prueba su autoconcepto académico, sostener (y crear) relaciones de apoyo, cuidado y confianza con la familia de origen y desarrollar autonomía en el plano universitario.
Los siete desafíos planteados por el especialista son los comunes que debe enfrentar cualquier persona que entra a la universidad, pero también pueden haber presiones extra por situaciones específicas como enfermedades, duelos, estudiar y trabajar, tener hijos, estar en situación de discapacidad, tener problemas económicos o vivir lejos del lugar de estudio, por ejemplo. Todo esto puede afectar la experiencia de aprendizaje y se debe tener en consideración, señaló Gallardo.
Tras las presentaciones, que se dieron en formato de conversación con las profesoras y profesores coordinadores, estos desarrollaron un taller de reflexión grupal en torno a los aspectos facilitadores y obstaculizadores para el bienestar estudiantil y el trabajo colaborativo entre docentes, desde la perspectiva de la experiencia de coordinación docente.
Durante la Semana de la Docencia de Pregrado, entre el 22 y 25 de julio en Casa Central, cuya programación estará prontamente disponible, tanto la doctora Vania Martínez, como el psicólogo Gonzalo Gallardo profundizarán estos temas en los talleres abiertos y gratuitos, previa inscripción, “Salud mental en estudiantes universitarios: Herramientas para la detección y el manejo del riesgo suicida” y “¿Qué caracteriza una docencia inclusiva? aspectos clave y recursos para incorporar en el aula universitaria”, respectivamente.
Fuente: Gabriela Carrasco Molina, Departamento de Pregrado Universidad de Chile.
Fotos: Felipe PoGa, Dircom.
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